Como es bien sabido, la situación de la mujer en muchos países, por no decir, en demasiados, del mundo es sumamente precaria. Viven subordinadas al hombre, ya sea al padre, al hermano o al esposo, no son libres de decidir y actuar como quisieran, nada tienen a su nombre; viven bajo la voluntad opresiva de una sociedad que les exige una moralidad inquebrantable, pudiéndolas maltratar si así lo dispone, y el único contacto que pueden tener con el género masculino es con algún miembro de su familia. El contraste es mucho más llamativo en algunas sociedades ricas en donde pueden estudiar, disfrutar de una buena posición social y medios pero se topan con la intransigencia e intolerancia masculinas, como es el caso de Arabia Saudí, aunque también eso desvele las contradicciones de una sociedad no democrática ni justa. Sin embargo, hay modos muy eficaces, o, al menos, muy simbólicos que nos permiten denunciar las injusticias de la manera más original y brillante posible, revelando con ello el miedo y la debilidad de quien impone unas reglas absurdas o totalitarias.
El caso de las mujeres saudíes se ha convertido en un paradigma para el resto de féminas del mundo árabe más arcaico. Tienen a su disposición los medios y la educación adecuada pero les falta libertad para ejercer unos mínimos derechos como el poder conducir… nada aparentemente tan inocuo y, a la vez, tan trascendental si consiguen alcanzar su objetivo. Pero esta revolución automovilística ha sido contestada por las autoridades buscando el modo de impedirla por la alarma que ello ha desencadenado entre los sectores más intransigentes.
Un líder religioso aducía que conducir provoca que las mujeres pierdan su virginidad y ello, por supuesto, solo trae el oprobio, lo que muestra que han dado en la diana. Ha generado miedo ¿Qué aspecto negativo puede tener que una mujer lleve su propio automóvil? A decir verdad, mucho, porque comportaría que una mujer podría tomar decisiones y fijar su propio rumbo con un criterio propio. Y, ¿si después de eso, pide más…?
A nivel cotidiano, esta rebeldía busca únicamente no tener que depender, para salir de casa, de los miembros masculinos de su familia o de tener que contratar a un conductor privado, para ir y venir, cuando disponen de medios para hacerlo por su cuenta. Pero, ¿qué sucede cuando hay un percance e impide que estos las puedan acercar a donde necesitan ir con urgencia? Para el ultraconservador Gobierno saudí la decisión de Mai al Sauiyan de grabar un vídeo y colgarlo en Youtube conduciendo por Riad, es un desafío a la tradición y quiere acallar este desacato femenino. Es curioso pensar como la Historia humana está llena de pequeños gestos o actos simbólicos que rebelan una gran injusticia y advierten de la arbitrariedad del poder o de la intransigencia religiosa presente. Porque el sutil desafío de esta saudí conlleva que por primera vez, las mujeres están reclamando un espacio público donde integrarse con plena normalidad como iguales. Todavía eso no alcanzaría a legalizar su igualdad jurídica frente al hombre pero sí comportaría dar un paso en esta dirección.
¿Qué otras rupturas de la tradición podría acarrear permitir tamaño desacato? Para la sociedad occidental
resulta chocante y sorprendente. No es para menos porque no son unas sociedades pobres y atrasadas, sino ricas, en donde la mujer no ha podido nunca refrendar su identidad, a pesar de que disponga de medios sobrados para ello (no como en otros lugares en donde vive esclava de la pobreza que le rodea, sin formarse ni estudiar).
La religión ha tenido mucho que ver con eso. No es algo que, en ese sentido, se nos escape porque en los países occidentales la liberación completa de la mujer no llegó hasta la mitad del siglo XX. Y, aún con todo, eso no significa que se haya logrado por entero. Estas son conquistas sociales que no terminan con la aprobación de una ley que traiga consigo que las mujeres tengan plenos derechos sino que, como comprobamos con el racismo, son prejuicios y actitudes que hemos de educar permanentemente para que el respeto y la dignidad no se vean amenazados. Y, aún así, se siguen produciendo asesinatos de mujeres a manos de sus exparejas o actos discriminatorios contra inmigrantes solo por su tono de piel.
Pero en Arabia Saudí, como en otros lugares, el atavismo a la tradición es muy rígido, como el mostrar emociones en público, un beso, es un delito grave. Las autoridades saudíes ya han mostrado su frontal rechazo a esta movilización femenina a favor de dejarlas conducir, advirtiendo que está prohibido todo aquello que “altere la estabilidad social”. O, lo que es lo mismo, todo aquello que suponga un quebranto de la moral. Tan importante como la primera vez que una mujer salió a la calle con pantalones o cuando se le concedió el derecho a voto (aunque esto sean palabras mayores para este contexto) no hay duda de que si estuviese en nuestras manos apoyaríamos sin dudarlo a estas mujeres que están únicamente expresando que no son seres sin alma sino personas, que tienen inteligencia (sobrada, por otra parte) y que esta limitación de no conducir un vehículo es reveladora de una sociedad que vive en el siglo XXI con una mentalidad del siglo XVI. Pero hay que reconocer que la rebelión ha ido directa al corazón de una sociedad que se ha visto amenazada con muy poco. Ha provocado una reacción rauda y contundente del Gobierno para frenar esta protesta. Por eso, confiemos en que una vez que se ponga en marcha sea imparable, porque sería una primera señal de partida para observar como, en el mundo árabe, la mujer comienza a conquistar su propio lugar y lo que seguidamente, también, sería igual de relevante, daría entrada a que el Islam se convirtiera en una religión del nuevo milenio tolerante, plural y abierta, capaz de enfrentarse contra el integrismo de forma eficaz para construir una cultura interreligiosa conciliadora y respetuosa.