Por mucho que odiemos las comparaciones históricas, lo cierto es que cada capítulo de las mismas ha de advertirnos y aleccionarnos sobre las consecuencias de nuestros actos. El mundo en generoso es proclamas y alegrías, en un entusiasmo impulsivo que, tras su despertar, se convierte en un erial de sueños rotos y de realidades mundanas amargas. Templar la naturaleza humana es casi imposible pero es lo sensato y correcto. Así, tras ese reparto de escenarios, Ucrania para la Unión Europea y Crimea para Rusia, nos hallamos ante una situación incierta. Por un lado, el futuro de Ucrania se presenta con muchas dificultades.

El recién firmado tratado de libre comercio con la Unión Europea, lo que provocó el origen de la crisis, no va a salvar a los ucranios de la noche a la mañana de sus problemas. Adeudan 11.600 millones a Moscú y el gas que les suministraba con una rebaja del 30% tendrá que ser sufragado en su valor. Europa habrá de hacerse cargo de la onerosa factura si no quiere ver a su nuevo aliado en serios apuros. Es posible que una buena estrategia permita, a la larga, a la economía ucrania el salir airosa de esta prueba de fuego pero todavía resta mucho para que eso sea razonablemente factible. Entre tanto, el populismo, que ha logrado hacer caer un régimen corrupto y autoritario, ha hecho que florezcan partidos ultraderechistas que en tales circunstancias lograrán un tremendo éxito si nada lo remedia.

Hay que tener mucho cuidado con ellos, todavía hay regiones de Ucrania en las que existe una mayoría de población rusófila descontenta que busca emular a Crimea, eso provoca inestabilidad, honda preocupación y desgobierno. Mientras Ucrania se enfrenta a tan tremendo desafío la sociedad ucrania ha de ser consciente del paso que ha dado. Han cambiado el curso de la Historia actual. Romper los lazos con Rusia implica una nueva perspectiva en la sociedad que puede reportarle un cambio de mentalidad. Sin embargo, han de ser conscientes de que aún ha de pasar una década completa para que puedan valorar estos frutos. Y todo eso si se consigue transformar sus instituciones de gobierno y lograr que las fuertes oligarquías pierdan su poder. En otras palabras, colocar los pilares de una democracia siguiendo el modelo Occidental (no perfecto pero sí el que mejores resultados ofrece).

Ahora bien, solo una hábil gestión de las recién rotas relaciones con Rusia, su vecino, y la integración de las diversas sensibilidades del país pueden desembocar en un panorama más estable. Sin embargo, la rápida anexión de Crimea por parte de Rusia se ha convertido, por el momento, en un conflicto de difícil resolución mientras Ucrania, la Unión Europea y Estados Unidos no reconozcan la legalidad de este proceso. O bien se acuerda un marco que dictaminado por la legislación internacional derive en ratificar lo que la población crimeana ha decidido en las urnas, o nos encontraremos en una dinámica en la que habrá consecuencias negativas que lamentar. Pero, tampoco la situación de Crimea es sencilla pues, del mismo modo que Ucrania ha de lidiar con tremendos desafíos, ha de enfrentarse a la cruda realidad.

Su dependencia durante más de dos décadas de Kiev hace que haya de alterar sus estructuras por completo. Si Ucrania depende del gas ruso, Crimea necesita de la energía y el agua ucrania. Rusia ha de encargarse de pagar las facturas de la administración y la convergencia de la península en una provincia rusa. A los casi dos millones de crimeanos se les ha exigido aceptar el pasaporte ruso o de lo contrario deberán irse o convertirse en personas sin patria, sin derechos de ninguna clase; esta es la parte fácil, la difícil es la que afecta a tantas miles de personas en sus vidas. Los estudiantes universitarios de último año no saben qué va a ser de la homologación de sus títulos y los de cursos intermedios han de ver de que manera les afectará al tener que adaptar el sistema educativo al modelo ruso. Sin olvidarnos de qué habrán de tratar la cuestión de qué hacer con los presos o aquellas personas que están pendientes de ser juzgadas. Hay antiguos militares ucranios retirados que, por ejemplo, están afincados en Crimea, es su tierra y allí está su familia, pero sus pensiones dependen de Kiev. Luego, están las minorías tártaras, ucranias y otras que alcanzan a sumar una nada despreciable cifra del 42% de la población de la península. ¿Qué será de ellos?

Rusia se ha comprometido a una inversión multimillonaria para encauzar la anexión, sin embargo es difícil saber de dónde va a sacar tanto dinero. En un reciente artículo, Andrea Rizzi (El País, 19/3/14) señalaba que el PIB de Rusia es igual al de Italia pero para un país mucho más extenso y con más del doble de su población, aunque con la ventaja de disponer de ingentes riquezas naturales, un arsenal nuclear, muchos aliados regionales y el derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, con una serie de lastres preocupantes como son el descenso demográfico a lo que se suma una esperanza de vida baja, 64 años, atraso tecnológico, un sistema educativo mediocre y un dispar reparto de la riqueza.

Rusia continúa siendo un gigante con pies de barro pero un gigante a fin de cuentas con el más poderoso ejército en la región. Es un pueblo que ha sufrido pero, también, que ha hecho sufrir. Pero la cuestión más peligrosa que ha quedado en el aire es el alimento que se ha hecho de la llama del nacionalismo. Si no se apaga, si no se contiene y si no se activan los mecanismos diplomáticos adecuados, el devenir que nos aguarda estará sembrado de obstáculos y de problemas. De momento, Ucrania siente el profundo agravio que se le ha hecho por cercenar parte de lo que considera un territorio que le pertenece.

Rusia, en cambio, henchida de orgullo por la política imperial de Putin, se nutre del entusiasmo patriótico aunque eso no signifique necesariamente que a la larga mejore su calidad de vida. Todo son dudas y tensiones que hay que encauzar debidamente.