Nos esperábamos lo peor. Una vez más, la actuación de Israel cerrando y controlando con fuertes medidas de seguridad la entrada a la Explanada de las Mezquitas, Al Aqsa, el tercer lugar sagrado de los musulmanes, no parecía presagiar nada bueno a mediados del pasado mes de julio. El atentado contra tres policías drusos en la ciudad vieja de Jerusalén, tiroteados por tres árabes israelíes, que fueron a su vez abatidos, tenía todas las trazas de encender la mecha que hiciese explotar un nuevo barril de pólvora. La violencia siempre engendra más violencia. La cual siempre ha justificado a Israel para adoptar las medidas coercitivas más firmes, en vez de aplacar los ánimos, los soliviantan al sentir los palestinos que pisaban sus derechos. En esta ocasión, el temor era todavía mayor por el carácter que cobra Al Aqsa, ya que es el mayor símbolo identitario de los palestinos.
En el año 2000, la aparición de Ariel Sharon provocó tal sentimiento de agravio que daría lugar a la segunda Intifada. La posibilidad de que pueda darse otra estaba, sin duda, en el aire. Además, el actual gobierno israelí, dirigido por el ultraconservador Benjamín Netanyahu, en vez de atenuar la crispada situación retirando los controles de seguridad, que tanto disgusto habían provocado, no cedió y optó por mantener las medidas coercitivas, bajo la máxima de que con los palestinos solo sirve la mano dura. Si bien, el problema radica en que Netanyahu solo aplica la misma estrategia una y otra vez, fuerza y amenaza, como si solo así pudiera tratarse debidamente a los palestinos, lo que ha hecho que las relaciones entre su gobierno y la Autoridad Palestina se hayan enfriado. E, incluso, se ha enfrentado con los organismos internacionales, al rechazar la condena implícita que se ha hecho de los asentamientos y colonias ilegales en los territorios ocupados, viéndolo como un ataque a su integridad, cuando lo que ellos estaban cometiendo era un crimen.
Tras los hechos acaecidos en Jerusalén, aunque hubo algunos otros brotes de violencia, con dos palestinos y tres colonos muertos más en Cisjordania, nadie sabía si eso iba a volver a quebrar la endeble tregua existente. La decisión de los palestinos de impulsar una desobediencia civil boicoteando pacíficamente el rezo en la Explanada ha forzado, esta vez, a las autoridades israelíes a rectificar y retirar los controles allí establecidos (que al no haber nadie rezando no servían para nada). No hay duda de que este nuevo proceder de los palestinos israelíes, apoyado por sindicatos y partidos, fue un acto espontáneo revolucionario. Porque cambia la dialéctica de la violencia y, de proseguir en esta línea, permitirá dar un paso de gigante para derribar una parte muy significativa de los muros que los ultraconservadores han sabido levantar alrededor de los israelíes más liberales, quienes ante la supuesta amenaza palestina, solo podían aceptar la respuesta militar y policial. Esta manera de proceder ha ofrecido un nuevo punto de vista: otra manera de responder es posible. Eso ofrece un rayo de luz lleno de esperanza, aunque haya muchos resentimientos que disolver porque un posible y deseable proceso de entendimiento será largo y prolongado. Pero significa que los palestinos han empezado a entender que con los actos de desafíos violentos no solo no se consigue nada, sino que provocan una reacción contundente que autojustifica la actitud brutal de las fuerzas hebreas. Y esto conlleva a que los ciudadanos israelíes respalden de forma automática a su gobierno, por cuestiones de unidad nacional, sin pensar si, en realidad, no es desmedida la reacción. Así, solo ganan aquellos que defienden la respuesta coercitiva.
Y, sin embargo, como se ha comprobado, la mayor debilidad de esta postura es cuando no hay una acción violenta contra la cual responder… Del mismo modo, no solo pierden los halcones de Tel Aviv, porque los israelíes dejan de tener miedo y pueden optar a votar otras opciones, sino los radicales de Hamás y la Yihad Islámica, que se quedan sin mártires, y ven como la población palestina es capaz de movilizarse sin depender de la respuesta terrorista. Han podido comprobar que un acto cívico es mucho más eficaz que todos los misiles, bombas o atentados para convencer a Israel de su actitud errónea. Por supuesto, esta primera gran victoria social es solo un conato de ilusión. Todavía nada ha cambiado para los palestinos que viven sometidos a la autoridad arbitraria de Israel que busca, en su fuero interno, expulsarles de los que consideran sus tierras bíblicas. Lejos está de que se den las condiciones favorables para una pacífica y armoniosa convivencia, ya que para que eso sea posible habrá que acabar con la primacía de los radicales y los halcones.
Solo con ellos fuera de juego, se podría lograr un reconocimiento mutuo que alumbre, finalmente, la única solución posible para ambos pueblos: la constitución de dos Estados. Solo desde el más firme convencimiento ciudadano de que es posible el devenir de esta historia, que sería muy diferente a como se ha ido tejiendo hasta la fecha. Los palestinos, al menos, han aprendido una gran lección ante su indefensión política, como es que unidos con una estrategia cívica pueden lograr más que si actúan de forma desorganizada o con terror. Claro que los ciudadanos israelíes, también, han podido comprobar que no todos los palestinos actúan como sanguinarios terroristas, que la violencia solo es provocada por los exaltados y que estos son muy pocos y escasos entre los palestinos. Y que el respeto, ya sea en temas religiosos como identitarios o sociales, es la clave a la hora de buscar una manera de normalizar el diálogo institucional.
No obstante, las dificultades son muchas. La violencia no desaparecerá sin más ni tampoco las posturas intransigentes, ya que están muy enquistadas. Pero en cuanto dejen de ser estas las que dictaminen las estrategias a emplear, en cuanto los ciudadanos sean conscientes de que ellos son los auténticos protagonistas, sin dejarse arrastrar por los discursos del miedo o del terror, las dinámicas serán otras y permitirán que haya una fisura en ese muro de incomprensiones. Lograda la parte más difícil, este maldito sitio acabará.