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Archivos mensuales: agosto 2017

Una Intifada pacífica

10 Jueves Ago 2017

Posted by igorbarrenetxea in Conflictos actuales, Derechos humanos, Didáctica de la Historia, Israel, Oriente Medio, Palestina, Terrorismo, Víctimas, Violencia

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Nos esperábamos lo peor. Una vez más, la actuación de Israel cerrando y controlando con fuertes medidas de seguridad la entrada a la Explanada de las Mezquitas, Al Aqsa, el tercer lugar sagrado de los musulmanes, no parecía presagiar nada bueno a mediados del pasado mes de julio. El atentado contra tres policías drusos en la ciudad vieja de Jerusalén, tiroteados por tres árabes israelíes, que fueron a su vez abatidos, tenía todas las trazas de encender la mecha que hiciese explotar un nuevo barril de pólvora. La violencia siempre engendra más violencia. La cual siempre ha justificado a Israel para adoptar las medidas coercitivas más firmes, en vez de aplacar los ánimos, los soliviantan al sentir los palestinos que pisaban sus derechos. En esta ocasión, el temor era todavía mayor por el carácter que cobra Al Aqsa, ya que es el mayor símbolo identitario de los palestinos.

En el año 2000, la aparición de Ariel Sharon provocó tal sentimiento de agravio que daría lugar a la segunda Intifada. La posibilidad de que pueda darse otra estaba, sin duda, en el aire. Además, el actual gobierno israelí, dirigido por el ultraconservador Benjamín Netanyahu, en vez de atenuar la crispada situación retirando los controles de seguridad, que tanto disgusto habían provocado, no cedió y optó por mantener las medidas coercitivas, bajo la máxima de que con los palestinos solo sirve la mano dura. Si bien, el problema radica en que Netanyahu solo aplica la misma estrategia una y otra vez, fuerza y amenaza, como si solo así pudiera tratarse debidamente a los palestinos, lo que ha hecho que las relaciones entre su gobierno y la Autoridad Palestina se hayan enfriado. E, incluso, se ha enfrentado con los organismos internacionales, al rechazar la condena implícita que se ha hecho de los asentamientos y colonias ilegales en los territorios ocupados, viéndolo como un ataque a su integridad, cuando lo que ellos estaban cometiendo era un crimen.

Tras los hechos acaecidos en Jerusalén, aunque hubo algunos otros brotes de violencia, con dos palestinos y tres colonos muertos más en Cisjordania, nadie sabía si eso iba a volver a quebrar la endeble tregua existente. La decisión de los palestinos de impulsar una desobediencia civil boicoteando pacíficamente el rezo en la Explanada ha forzado, esta vez, a las autoridades israelíes a rectificar y retirar los controles allí establecidos (que al no haber nadie rezando no servían para nada). No hay duda de que este nuevo proceder de los palestinos israelíes, apoyado por sindicatos y partidos, fue un acto espontáneo revolucionario. Porque cambia la dialéctica de la violencia y, de proseguir en esta línea, permitirá dar un paso de gigante para derribar una parte muy significativa de los muros que los ultraconservadores han sabido levantar alrededor de los israelíes más liberales, quienes ante la supuesta amenaza palestina, solo podían aceptar la respuesta militar y policial. Esta manera de proceder ha ofrecido un nuevo punto de vista: otra manera de responder es posible. Eso ofrece un rayo de luz lleno de esperanza, aunque haya muchos resentimientos que disolver porque un posible y deseable proceso de entendimiento será largo y prolongado. Pero significa que los palestinos han empezado a entender que con los actos de desafíos violentos no solo no se consigue nada, sino que provocan una reacción contundente que autojustifica la actitud brutal de las fuerzas hebreas. Y esto conlleva a que los ciudadanos israelíes respalden de forma automática a su gobierno, por cuestiones de unidad nacional, sin pensar si, en realidad, no es desmedida la reacción. Así, solo ganan aquellos que defienden la respuesta coercitiva.

Y, sin embargo, como se ha comprobado, la mayor debilidad de esta postura es cuando no hay una acción violenta contra la cual responder… Del mismo modo, no solo pierden los halcones de Tel Aviv, porque los israelíes dejan de tener miedo y pueden optar a votar otras opciones, sino los radicales de Hamás y la Yihad Islámica, que se quedan sin mártires, y ven como la población palestina es capaz de movilizarse sin depender de la respuesta terrorista. Han podido comprobar que un acto cívico es mucho más eficaz que todos los misiles, bombas o atentados para convencer a Israel de su actitud errónea. Por supuesto, esta primera gran victoria social es solo un conato de ilusión. Todavía nada ha cambiado para los palestinos que viven sometidos a la autoridad arbitraria de Israel que busca, en su fuero interno, expulsarles de los que consideran sus tierras bíblicas. Lejos está de que se den las condiciones favorables para una pacífica y armoniosa convivencia, ya que para que eso sea posible habrá que acabar con la primacía de los radicales y los halcones.

Solo con ellos fuera de juego, se podría lograr un reconocimiento mutuo que alumbre, finalmente, la única solución posible para ambos pueblos: la constitución de dos Estados. Solo desde el más firme convencimiento ciudadano de que es posible el devenir de esta historia, que sería muy diferente a como se ha ido tejiendo hasta la fecha. Los palestinos, al menos, han aprendido una gran lección ante su indefensión política, como es que unidos con una estrategia cívica pueden lograr más que si actúan de forma desorganizada o con terror. Claro que los ciudadanos israelíes, también, han podido comprobar que no todos los palestinos actúan como sanguinarios terroristas, que la violencia solo es provocada por los exaltados y que estos son muy pocos y escasos entre los palestinos. Y que el respeto, ya sea en temas religiosos como identitarios o sociales, es la clave a la hora de buscar una manera de normalizar el diálogo institucional.

No obstante, las dificultades son muchas. La violencia no desaparecerá sin más ni tampoco las posturas intransigentes, ya que están muy enquistadas. Pero en cuanto dejen de ser estas las que dictaminen las estrategias a emplear, en cuanto los ciudadanos sean conscientes de que ellos son los auténticos protagonistas, sin dejarse arrastrar por los discursos del miedo o del terror, las dinámicas serán otras y permitirán que haya una fisura en ese muro de incomprensiones. Lograda la parte más difícil, este maldito sitio acabará.

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Una conciencia social

04 Viernes Ago 2017

Posted by igorbarrenetxea in Autocracia y tiranía, Cultura y sociedad, Democracia y libertades, Derechos humanos, Didáctica de la Historia, Educación, ETA, Franquismo, Guerra Civil española, Historia Contemporánea, Historia de España, Memoria histórica, País Vasco, Terrorismo, Víctimas, Violencia

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Las sociedades nunca aprenden del todo, olvidan y recuerdan. El debate de la sociedad acerca de la importancia que cobra la Historia como fuente de aprendizaje, del temor al olvido (o a ciertos olvidos, ya que todo tampoco se puede recordar) y el modo en el que recordamos el pasado (a veces, de forma distorsionada, acomodada a intereses ideológicos y políticos) es permanente. No podemos evitar tener que lidiar con esas constantes: aprender, olvidar y recordar. Sin recuerdo, se afirma, no hay aprendizaje social, sin ese aprendizaje social se olvidan ciertos hechos y, por lo tanto, se corre el riesgo de que las sociedades repitan sus errores. Sin embargo, nos toca relativizar los hechos porque las sociedades son complejas e imperfectas. No hay un aprendizaje total, ni un olvido absoluto ni podemos recordarlo todo, por mucho que los historiadores seamos los primeros en garantizar que eso no suceda. Pero invariablemente cada sociedad tiene múltiples retos y prioridades. Eso no significa lanzar un mensaje pesimista. Como que aprender del pasado es imposible o que, finalmente, habrá ciertos hechos, aunque trágicos, que acabarán presos del olvido para ignominia de las víctimas. Tales aseveraciones, sin duda, son completamente falsas, no son verdad. Pero tampoco debemos, o al menos, vista la actualidad española sobre la Guerra Civil y las víctimas de ETA, ignorar que hay ciertos referentes que no invitan al optimismo. Así que relativizar, no despreciar ni minusvalorar, ayuda.

El tema de la Guerra Civil sigue tratándose como una herida abierta, a veces, su debate se ve contaminado por las ideologías, por las visiones que tenemos de esos relatos que nos han contado, y por una historiografía neofranquista que algunos utilizan como fuente de validación. Por fortuna, los españoles logramos extraer algunas importantes lecciones. Al menos, en la Transición, aunque no fuera tan tranquila ni modélica, la clase política sí se atuvo a la convicción de que no podíamos repetir lo ocurrido en 1936. La mayoría de los militares, por ejemplo, entendió que un golpe de Estado no era la solución. También, las fuerzas políticas democráticas asumieron que la mejor actitud era el consenso y la moderación de sus reivindicaciones. Aprendimos una parte de la lección, pero no pudimos enjuiciar el franquismo, como hicieron otras sociedades, tras una prolongada dictadura. En 1977, se produjo una amnistía general que ayudó a los verdugos del régimen a salir impunes. Se olvidó parte de los crímenes de la dictadura, pero no por completo. Porque todavía hay quien persigue esa justicia postrera. Del mismo modo, recordamos la Guerra Civil, pero cada vez menos, o de forma más ponderada. El cine, la literatura y la historia dieron un salto estimable a la hora de tratar ese capítulo, y lo sigue haciendo, pero, aunque hay una fuerte demanda, la sociedad democrática tiene más intereses y necesidades. Sin ir más lejos, ha brotado el debate del secesionismo catalán.

Si los nacionalistas catalanes fueran capaces de comprender o, por lo menos, relativizar la sujeción que tenemos con respecto al pasado, sin duda, habrían comprendido una buena lección a la hora de saber actuar, olvidar los agravios que no son reales y aprender que el proceso constituyente que quieren llevar a cabo no se puede realizar a costa de subvertir el Estado de derecho.

En cuanto al otro tema, las víctimas de ETA, hemos de ser sensatos en el modo en que encaramos esta cuestión. Un reciente informe del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, encargado al Euskobarómetro, mostraba datos singulares. El 43% de los vascos apoyaba abiertamente la importancia que tiene la memoria de las víctimas y un 44% opinaba que debíamos pasar página. No perfila, por lo tanto, una memoria dividida. Además, un alto porcentaje de encuestados opinaba que habían sido los movimientos de resistencia cívicos los que habían propugnado el fin de ETA, muy por encima, incluso, del esfuerzo y empeño de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Aun así, el 59% de los mismos confesaba que nunca había acudido a ninguna concentración o marcha contra ETA, lo cual desmentía la idea de que el civismo había sido quien, en verdad, había acabado con el terrorismo. Considerados estos datos en rasgos generales, reflejan muy bien que, pese a todas las políticas realizadas por impulsar una conciencia contra ETA, hay quien prefiere olvidar (no enfrentarse a los hechos) antes que encarar el problema, o recordar equívocamente su final.

La Historia, por supuesto, es la que nos permite corregir tales equívocos. Pero la Historia pura no nos sirve para esta misión, sino que requiere ser procesada para que llegue en forma de relato adecuado a la sociedad. Y aunque se están llevando a cabo esfuerzos ímprobos en esta dirección los resultados solo van a cambiar si los ciudadanos damos un paso hacia delante a la hora de tomar su propia conciencia. Por eso, hay que contar con la variable de que los valores supremos de aprendizaje social, recuerdo y no olvido, nunca son una constante absoluta, sino que se muestran endebles, frágiles e inseguros ante el paso del tiempo. Debemos, por tanto, brindarnos unas políticas institucionales y un compromiso que permita que no se debiliten de forma extrema. Pensemos que los movimientos xenófobos, racistas y antisemitas, los partidos de corte fascista o regímenes de corte dictatorial y autocrático siguen cobrando su importancia en las sociedades democráticas, confundidas con la reclamación de que se nos garanticen nuestros derechos, libertades y bienestar. Y que no se vean como males tales prejuicios sino como necesidad es peligroso ante su deriva inhumana.

Como ciudadanos podemos interiorizar erróneamente las experiencias del pasado, recordar de forma vaga y olvidar aquello que es importante, determinados por el miedo. Las sociedades, por lo tanto, no dejan nunca de enfrentarse a sí mismas. Preguntarse qué recordar y qué olvidar representa un diálogo incesante que nos ayuda a aprender. Podremos equivocarnos en nuestras decisiones y rectificar, pero nunca lo haremos por haber traicionado nuestras conciencias.

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