La victoria sobre el ISIS en Siria e Irak no debe hacernos descuidar en que todavía su efecto corrosivo ha desaparecido de otros lugares. El ISIS se ha convertido en la bandera de enganche de muchos grupos que le juraron lealtad y que prosiguen en esta escalada de terrorismo que busca o aspira a crear las mismas condiciones para imponer su ley en el territorio, donde el Estado se muestra más débil o donde la combinación de podredumbre, discriminación y radicalismo afloran con mayor fuerza. Pero no pensemos que tales brotes de terror son espontáneos, se han ido poco a poco alimentando de las nefastas políticas estatales que han derivado en que las ideologías salafistas o/y yihadistas se hayan convertido en la única válvula de escape para paliar la desesperación. Recientemente, volvía tristemente a la primera plana de los periódicos el grupo Wilaya Sina (Provincia del Sinaí), que ha provocado, en la mezquita de Al Rawdah, en la localidad de Bir al Ad (Sinaí, Egipto), 235 muertos y más de un centenar de heridos. Tras hacer estallar una bomba, los terroristas aguardaban para acabar su espantosa misión tiroteando a las ambulancias que llegaban en auxilio de los heridos.
Es la mayor matanza que ha llevado cabo en la región, pero no hay más que tirar de hemeroteca para comprobar que es habitual que se produzcan atentados, sobre todo, contra la policía, los militares o colaboracionistas, además de civiles que acaban muertos en el fuego cruzado. La península del Sinaí es una región árida y desértica, con zonas montañosas, a caballo entre el rico Nilo y la frontera con Israel y Jordania. La zona más rica en la franja de la costa, aunque apenas son 100 kilómetros, junto a Gaza, por lo que la geografía juega a favor de este grupo que se puede disolver fácilmente en las arenas del desierto y cuyas tácticas de guerra asimétrica, sobre todo, emboscadas, dominan a la perfección. Otro aspecto relevante es que la mayoría de la población es de origen beduina.
Su situación frente a los egipcios nunca ha sido favorable y ya desde la última época del depuesto presidente Mubarak emergió una resistencia armada promovida por grupos salafistas. A todo esto, si las condiciones de vida ya son duras de por sí, se le suma el prejuicio de no haber puesto resistencia durante la ocupación Israelí, en los años 70, por lo que las actuaciones de las fuerzas de seguridad del Estado tampoco han sido nada suaves para la población local, creando las condiciones favorables para que cientos de jóvenes engrosen sus filas. Es una región vetada a los medios de comunicación tanto estatales como extranjeros, insegura y peligrosa. Hay toque de queda y cortes de teléfono e Internet.
En suma, se vive en estado de guerra. Y se rumorea que las fuerzas de seguridad no se andan con miramientos a la hora de combatir a este grupo, lo que se traduce en políticas de terror y torturas contra los civiles, ya que es la manera que se suele emplear para hallar informadores que les lleven a localizar sus escondites y guaridas. Un periodista egipcio, Mohannad Sabry, se atrevió a recoger en un libro (Egypt’s Linchpin, Gaza’s Lifeline, Israel’s Nightmare, 2015) toda esta situación. Claro que antes se fue de Egipto para evitar las repercusiones que pudiera acarrearle con las autoridades de El Cairo y su obra fue prohibida allí. Egipto, además, tiene una historia complicada.
El golpe militar promovido por Al Sisi, de julio de 2013, derivó en que la insurgencia en el Sinaí cobrara mayor intensidad, y de la unión de varios grupúsculos armados nacería, un año más tarde, Wilaya Sina, que juró lealtad al ISIS. Desde entonces, opera con cerca de mil integrantes y muestra una gran capacidad de regeneración, a pesar de los duros golpes recibidos, ya que el rencor hacia las políticas del Ejército mantiene viva la resistencia.
A diferencia del ISIS, Wilaya Sina actúa como lo ha hecho siempre Al-Qaeda, con ataques selectivos que pretenden minar la capacidad operativa del enemigo, por esta razón, no ocupa ninguna localidad o territorio determinado. Su mejor refugio es su propia invisibilidad. Su mayor logro terrorista hasta la fecha, fue el derribo de un avión ruso, en 2015, asesinando a 224 personas que volaban en él, haciéndoles visibles ante el mundo. Ahora bien, las estrategias represivas de los militares para acabar con ellos no han dado sus resultados fracasando de forma recurrente. Wilaya Sina opera en células independientes, eso le da una ventaja sobre los servicios de inteligencia egipcios porque, desarticulada una, no afecta a las demás. La mayoría de sus integrantes son jóvenes de la zona, beduinos, dirigidos por jefes religiosos espirituales, reclutados de las localidades más míseras y pobres, donde abunda el analfabetismo. Para acabar con ellos, el Ejército no se ha andado con sutilezas, induciendo a un castigo colectivo, lo que ha traído consigo una reacción todavía más reactiva y posibilitando que Wilaya Sina no tenga problemas en captar a nuevos adeptos que se suman a sus filas. Y a pesar de que EEUU ha ofrecido su ayuda para acabar con ellos, el Gobierno de El Cairo la ha rechazado, lo considera una cuestión personal. Sin embargo, lejos de estar doblegando a los terroristas, a la vista está, se han fortalecido y sus ataques son más directos, audaces y brutales. La ventaja desaprovechada con la que cuenta Al Sisi es que las tribus del Sinaí rechazan el yihadismo al ir en contra de su tradición. Según expresaba Sabry en una entrevista, solo con la ayuda de las tribus, el Ejército podría acabar con este terrorismo, pero como no confían en ellas, el problema se ha agravado. Y el riesgo que se corre es que la violencia del Ejército acabe destruyendo esta autoridad local y la falta de este crucial contrapeso (como ocurrió en Chechenia) derive en que la violencia se haga más generalizada y enconada, aún más despiadada y desesperada.
Lamentablemente, un gobierno como el de Al Sisi solo sabe aplicar la fuerza y el ensañamiento, trayendo consigo más muertes y horrores.