Trump prometió a los estadounidenses recuperar el esplendor perdido de EEUU como primera potencia mundial y pelear solo en aquellas batallas de interés para su pueblo. Sin embargo, la primera medida que adoptó fue incrementar el gasto militar de forma colosal. Y lo ha vuelto a hacer. Recientemente, ha solicitado al Congreso que se eleve a 700.000 millones de dólares, que sobrepasa el gasto de las siguientes siete fuerzas armadas del mundo combinadas. Aunque es difícil predecir el impacto que tendrá esto en la sociedad norteamericana a largo plazo, pues se han bajado los impuestos a las grandes fortunas y se priorizan las fuerzas armadas, pero no las políticas de empleo ni la asistencia social, la impresión es que la empobrecerá. El gigante norteamericano se acabará endeudando como ya hiciera Reagan en su época…

Pero lo que más debería preocuparnos no son tanto tales cantidades exorbitantes de dinero, sino su política exterior, en donde se ha retirado de varios organismos importantes como el que debe protegernos del cambio climático, o bien llevando a cabo decisiones irresponsables, como el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén, que ha complicado, todavía más, la situación en Oriente Medio. Está claro que la amenaza de Corea del Norte es tenida muy en cuenta, después de todo, el mismo país ha dicho que quiere convertirse en la mayor fuerza nuclear de Oriente Próximo. Y ese discurso agresivo se observa con mucha preocupación tanto por Washington como por las potencias de la región. Pero, ¿qué lleva a un país a incrementar exponencialmente su inversión militar cuando no está implicado en guerras a la vista? El miedo. Un miedo que parece evocar los peores valores y prejuicios que se puedan dar y que quedan muy bien capitalizados en las políticas de Trump contra los inmigrantes y contra aquel que no sea un estadounidense de pura cepa… a saber.

El ejército nunca es ni debe ser un muro de contención contra las amenazas sino la confianza en nuestras instituciones y los poderes que rigen la humanidad, en este caso, la ONU y las relaciones diplomáticas. La cultura de la paz, la disuasión y los valores deben ser los elementos primordiales para no tener que encarar la existencia como si fuese una guerra de supervivencia. Por supuesto, no podemos ser tan ingenuos para creer que con las buenas palabras se puede conseguir acabar con las amenazas del mundo actual. La derrota del Estado Islámico ha venido dada por un esfuerzo conjunto militar para lograrlo. Pero en modo alguno eso resuelve la inquietud que todavía existe sobre la amenaza terrorista. ¿Cómo combatirla? Desde luego, hay varios instrumentos claves. La defensa es uno de ellos. Tristemente, es lo que nos protege. Pero también debemos pensar en el impulso de las sociedades. Solo así podemos evitar que haya personas que se inmolen o arruinen sus vidas y las de los demás de esta manera. Cuando uno aprecia su vida y la de las personas que le rodean, desde luego, no piensa en actuar de forma brutal y desquiciada.

Sin embargo, la política de Trump parece más destinada a querer acabar con los enemigos de EEUU a sangre y fuego. Sin medias tintas. Un error considerable si se tiene en cuenta que los norteamericanos quieren vivir en paz. Buena parte de ese gasto militar estará destinado a nuevas tecnologías, al uso de drones, por ejemplo, que permite sobrevolar sobre el campo de batalla y actuar, y no requiere de sacrificar vidas humanas como en el pasado. Películas como Espías desde el cielo o The Good Kill nos retratan la eficacia de tales artilugios. Y, sin embargo, es preocupante que haya esta especie de desnaturalización de la diplomacia y de los vínculos humanos. Tales armas son resolutivas y frías, pero no son capaces de acabar totalmente con las amenazas porque el odio, el rencor y la rabia no se acallan con las bombas sino que se retroalimentan.

Este empeño de Trump de erigirse como señor del mundo, ignorando o despreciando a los organismos internacionales, es más preocupante que el propio radicalismo porque no podemos saber qué efectos perniciosos puede tener a la larga en las relaciones entre los países. Ya de por sí, en ciertos países árabes es muy común la quema de la bandera estadounidense, pero es más, el bloque de países que se han sentido agraviados por sus políticas es susceptible de incrementarse. La falsa premisa de que cuanto más invulnerable sea el país menos serán sus amenazas, responde a un inútil y fallido axioma, a la vista está que el mundo sigue siendo un lugar peligroso y que otros republicanos como Trump han ofrecido lo mismo, seguridad a partir de una política fascista, pero no han conseguido ganar la batalla definitiva. La culpa de los conflictos en Oriente Medio no es, claro, de Trump, pues el ser humano, desgraciadamente, nunca ha llegado a una concordia total y absoluta aceptándose y respetándose en sus diferencias. Aunque un servidor quiere creer que un país como EEUU debería actuar de forma más inteligente.

No todos son ni piensan como Trump, habrá muchos estadounidenses que estén observando con horror como mientras en sus calles la gente vive en la miseria, su presidente se dedica a invertir desmesuradamente en el ejército como si fuera la solución a todo. Desde luego, en esta irresponsable política el gran perjudicado, en primera instancia, es EEUU. En segunda, lo somos los demás países. Porque si Trump pretende convertir a EEUU en una potencia militar incontestable, si no lo es ya, tendrá la tentación de utilizar esa fuerza para ejercer su primacía con resultados catastróficos. Una democracia ha de estar vigilante por dentro y por fuera, y ejercer un liderazgo sano y responsable. Por eso no hay que confundir la seguridad con el militarismo ni mucho menos creer que en este mundo solo hay buenos, los míos, y malos, los otros, sino personas. Unas personas que, en su mayoría, anhelan vivir en paz, en armonía y bienestar.