El cúmulo de capítulos horrendos que se han ido dando a lo largo de la Historia de la Humanidad no tienen sólo su centro de atención en el pasado remoto, sino en el siglo XX (y de seguir así, también en el siglo XXI). En este periodo, el mundo conoció los horrores más truculentos que nos podamos tristemente imaginar, como el Holocausto, los Gulag, el exterminio armenio, etc. Y sin embargo, en ciertos casos, son pocos los países que han asumido de una manera firme y voluntariosa tales horrores, encarando su verdad desnuda y, ante todo, aceptando una culpa colectiva que les lleve a actuar en consecuencia como sociedad para que nada parecido pueda volver a repetirse. Pero si Turquía no reconoce aún el exterminio armenio (entonces ciudadanos turcos), Rusia ha decidido ignorar los Gulags estalinistas y clausurar el Centro Memorial, para no tener que lidiar con esa terrible y oscura memoria. Como eso no es suficiente, ha dado un paso más y ha tomado un camino totalmente equívoco: ha dejado caer que cuenta con nuevas pruebas que culpabilizan a los nazis de la matanza de Katyn.
Para quien no recuerde este hecho, acabada la Segunda Guerra Mundial, en el proceso de Nuremberg, los soviéticos ya quisieron atribuir al Tercer Reich aquellas miles de muertes, 22.000 oficiales e integrantes de la inteligencia polaca. Durante la contienda, en 1943, los nazis sacaron a la luz aquella matanza. Se llamó a la Cruz Roja como organismo internacional neutro en tiempos de guerra y fue un capítulo oneroso que precipitó la ruptura del Gobierno polaco en el exilio con Moscú. Al ser utilizado por Goebbels para revelar la barbarie comunista, hubo muchos recelos a la hora de creer las conclusiones a las que llegaron los expertos. Pero los datos y restos dejaban bien claro que aquellos hombres habían sido asesinados durante el periodo de ocupación soviética, antes de iniciarse Barbarroja y hubiera presencia de tropas alemanas en esa región.
Las cartas de los difuntos acababan abruptamente en 1940, justo cuando las unidades del NKVD los llevaron a dicho paraje para acabar con sus vidas. También se recogieron otra serie de pruebas materiales (la munición utilizada era rusa) que confirmaban que fue obra de Stalin. Por ese motivo, la perversa intención de culpar a Hitler de aquello no prosperó en Nuremberg, los aliados no lo vieron claro. Cierto es que los nazis habían perpetrado infinidad de crímenes similares o aún más atroces, pero no éste. Las relaciones entre los polacos y los soviéticos siempre estuvieron marcadas por este trágico y criminal suceso. No sería hasta 2010 cuando Moscú aceptó y reconoció que la URSS fue la responsable, cuando la Duma estatal pidió perdón oficialmente.
No obstante, en este nuevo clima bélico de desinformación, el Servicio Federal de Seguridad (FSB) ha sacado a la luz un acta en el que supuestamente cambia la historia. Se trata de un documento desclasificado en donde un integrante de un batallón de prisioneros, Arnaud Duret, declaraba que había excavado para los alemanes grandes fosas en septiembre de 1941, en Katyn. Sin embargo, otro medio independiente ruso ha destacado que este mismo prisionero se desdijo en 1954, aduciendo haber sido presionado. Pero un único testigo, por fiable que sea, no puede desmontar las pruebas extraídas de la exhumación de los cadáveres. Estas no eran circunstanciales, sino concluyentes, a pesar del secretismo con el que los soviéticos procedieron a querer liquidar a la intelectualidad polaca. Ello formaba parte de un plan para que Polonia dejara de existir como nación. La invasión nazi interrumpió ese proyecto. El crimen fue descubierto por pura casualidad, cuando los alemanes fueron informados por gentes del lugar de que algo raro había ocurrido en aquellos bosques. Y, de este modo, Goebbels no necesitó falsificar nada, porque la Cruz Roja, como se ha señalado antes, se encargó de validar el hallazgo y corroborar las pruebas. Además, tras la desaparición de la URSS, Rusia investigaría lo ocurrido, estimando que los responsables habían muerto (entre ellos Stalin), y publicando el llamado Paquete Cerrado Número 1, donde se recogían los documentos en los que el politburó había tomado la atroz decisión.
Así que todo esto es una maniobra de distracción, una fórmula obscena de enturbiar las relaciones diplomáticas entre Polonia y Alemania, nada más, porque la contienda le están viniendo mal dadas a Rusia. De hecho, Polonia es uno de los países más comprometidos con Ucrania. Pero no ha sido el único intento de influir negativamente en la coalición. El vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvédev, afirmó que los polacos aspiran a restaurar la unión entre Ucrania y Polonia, como en los siglos XVI y XVII, lo cual no tiene ninguna lógica. Por su parte, Putin acusaba a Polonia de querer recuperar los antiguos territorios polacos cedidos tras la guerra mundial, que hoy forman parte de Ucrania. Y señalaba, hipócritamente, que solo Moscú puede garantizar la integridad de Ucrania, aunque él no dudó en incorporarse Crimea al margen de la legalidad internacional.
De este modo, Putin presenta a Rusia como la gran protectora, aunque es la gran dominadora; la que ha querido regir [por la fuerza] los destinos de los distintos pueblos que han integrado primero la Rusia zarista, luego la URSS y, finalmente, la Federación rusa, sin plantearse tan siquiera que su legítima aspiración era gobernarse así mismo de forma independiente. El carácter perverso del actual Gobierno ruso queda claramente reflejado en esta suerte de falsas informaciones sobre Katyn o supuestas intenciones ocultas de Polonia de expandirse, dando lugar a una intoxicación informativa de tal calibre que raya lo absurdo. Es posible que llegue el día en el que ni los propios rusos sepan distinguir entre lo real y lo ficticio. Más amargo aún, mientras Putin se dedica a mentir sobre el pasado y el futuro, también lo hace sobre el presente, sobre la tragedia bélica y sus nefastas y amargas consecuencias. Igual que con Stalin, la Historia se repite.