Los comportamientos humanos son siempre algo extraños, contradictorios y, mayormente, todavía sigue primando la crueldad frente a la comprensión y el humanitarismo. Hasta las mismas religiones, que son un terreno abonado para la esperanza, la ilusión y el establecimiento de unos códigos morales para vivir mejor, se transforman en instrumentos de control, injusticia y crueldad. Cierto es que las sociedades evolucionan a ritmos diferentes, y no me refiero en términos de desarrollo económico sino, sobre todo, social. En occidente se garantiza el cumplimiento esencial de los derechos humanos y la dignidad de todas las personas. Aun así, no son modelos ni mucho menos perfectos y tampoco quiere decirse con ello que no estén llenos de contradicciones. Sin embargo, es muy llamativo como en otros lugares, la situación es tristemente muy amarga, como en Irán.
La muerte de la joven kurda Mahsa Amini, de 22 años de edad, en opacas circunstancias, tras haber sido detenida por no llevar bien puesto el hiyab, el pañuelo, que debería cubrir bien el cabello y el cuello, provocó hace cosa de un año (16 de septiembre), todo un movimiento de protesta. Tal airada reacción no quiso derribar la República Islámica, sino suprimir esta rígida ley y hacer derogar a la brutal Policía de la Moral (que vela por un estricto cumplimiento de esta y otras normas religiosas). Así, la sociedad iraní, que protagonizó en 1979 una revolución exitosa contra una dictadura cruel y despiadada, se ha acabado por convertir en otra clase de régimen igual de brutal. Ya no es una cuestión de fe, sino de dignidad. Irán es una teocracia por lo que todos sus ciudadanos, con independencia de sus sensibilidades deben acatar la lectura única y rígida que las autoridades hacen del Corán. Y el uso del velo, que es tradición y no dogma, se impone como obligatorio. Claro que la misma obligatoriedad de ir cubiertas también representa la subordinación de la mujer. ¿Desde cuándo el Islam se ha convertido en una religión misógina?
Respuesta. Desde que los regímenes islámicos impiden que ésta pueda elegir, ser dueña de su ser y su cuerpo, y otros hablen en su nombre. La victoria contra el Sah y su tiranía ha acabado por imponer otra que no admite más interpretación que la dispuesta por los Ayatolás y que se impone por la fuerza. Y aunque las sociedades cambian los sistemas de gobierno han de adaptarse a sus ciudadanos (a los que sirven). También, están los que pretenden detener el reloj del tiempo, negándose a admitir más verdad que la suya, aunque esto suponga disciplinar con mano de hierro a la díscola población.
Así pues, un elemento que distingue un despiadado totalitarismo de un modelo democrático son las características de su reacción. El nazismo era capaz de condenar a duras penas de prisión a quienes hicieran un simple chiste de su amado Führer, no digamos quien decidiera lanzar panfletos en la universidad contra la guerra. Era considerado una traición al Estado y guillotinado, como les sucedió a los hermanos Scholl. En Irán, en esta misma línea, se pretende impedir que las mujeres puedan decidir si llevan puesto o no el hiyab. Es como si se diese una ley que impidiese a los hombres llevar barba y quien la incumpliese fuese encarcelado. Y este acto se ha convertido en un signo de desafío contra una teocracia que criminaliza comportamientos sociales, como hacía el nazismo. Tremendo.
Los intentos de reformar la república islámica se han dado de bruces con unos sectores inamovibles que cuentan con el apoyo leal de la Guardia Republicana. Mientras la mayoría de jóvenes, toda una amplia generación, se alejan más y más de ese Islam mal entendido, los pocos grupos o movimientos que han aspirado a cambiar desde dentro el sistema, como el Movimiento Verde, en 2009, han sido cortados de raíz sin miramientos. En la actualidad, el primer aniversario de la muerte de Amini ha provocado una respuesta contundente por parte de Teherán, para prevenir protestas generalizadas por todo el país, como sucedió con su muerte, deteniendo al propio padre de la difunta y limitando el acceso a Internet. Desde luego, el pánico a que la situación se le vaya de las manos es muy indicativo de su irracionalidad y grado de intolerancia, alimentando con ello más el rechazo social.
De hecho, a lo largo de estos meses, las fuerzas del orden han detenido ya a nada menos que a 22.000 iraníes y, peor aún, provocado la muerte de medio millar. El régimen ha actuado de forma implacable, con una brutalidad exagerada y criminal. El acoso e intimidación han sido otras fórmulas empleadas, así como condenas vejatorias, dando la alternativa a las mujeres condenadas por no llevar el hiyab, para no ir a prisión, a lavar cadáveres o limpian edificios. A muchas otras mujeres se las trata como parias o como si sufriesen trastornos mentales (aunque sean guardianes de la fe los lunáticos). Y, aun así, el movimiento no se ha detenido y muchas salen a la calle todavía sin velo.
Las autoridades plantean aprobar una legislación aún más restrictiva. No hay duda de que esta rebelión cívica es otra manera de reprobar al conservador gobierno iraní. Su paranoica obsesión por la vestimenta femenina parece alejarlos de la realidad, del día a día de los iraníes que se sienten atrapados en un país sin futuro. La aparente fortaleza del régimen frente a sus enemigos exteriores, Israel y EEUU, sólo esconde miserias. El desmesurado gasto militar, acompañado de las sanciones económicas, derivan en que a pesar de su riqueza intrínseca y de los focos de modernidad este tradicionalismo, unido a la corrupción, al nepotismo y a una mala gestión, asfixian a una sociedad que ve que la prosperidad no se encuentra ni está al alcance de todos. En política, la desafección es cada vez más elevada (como se ha demostrado en la escasa participación electoral). Y reflejo de este infecundo inmovilismo es su cruzada por la imposición del hiyab, pero este no sólo se ha convertido en un elemento reivindicativo de la libertad femenina, sino también una llamada general al cambio en todo Irán…