Por mucho que los países siempre se escuden en la idea de que otros lo hicieron peor, o que tampoco fue para tanto, es raro no encontrar en la Historia de Europa algún que otro capítulo ominoso que se prefiere pasar rápidamente de largo. Desde luego, no hay forma de cambiar ese pasado por mucho que nos gustaría, a pesar de lo mucho que nuestras sociedades hayan cambiado a este respecto; si bien hay quienes prefieren ocultarlo, suavizarlo o, simplemente, ignorarlo (porque la Historia tiene el enorme defecto de recordarlo, por lo que no se puede negar), como si pasar rápidamente página a lo sucedido fuese la mejor receta para sobrellevarlo. No lo es, ni lo será, sobre todo, si consideramos que en Europa hay mucho que lamentar y enmendar, además de que es muy necesario confrontarnos con ese ayer por el simple hecho de que somos sociedades democráticas, en donde la formulación de los derechos humanos no es una declaración de intenciones sino una apuesta de futuro constante. Pero para mirar al devenir con garantías, antes hay que mirar al pasado. En la medida de lo posible enmendar los errores y aprender, sobre todo eso, aprender. Es llamativo que, por ejemplo, cuando se trata de encarar afrentas que otros nos hicieron, como los horrores nazis, rápidamente esgrimimos de una forma alterada la urgencia de la reparación y la justicia. Es lo fácil, porque es un agente externo el inductor o culpable de esos males. Pero si es cosa nuestra… el tema se presenta muy distinto.
¿A qué me refiero con todo esto? En estos últimos años ha brotado un clamor para que Europa acepte y reconozca su terrible papel en el largo periodo histórico conocido como colonialismo. Así, ciertas conmemoraciones se han convertido en capítulos de la vergüenza al poner el foco de atención en los horrores y crueldades cometidos en los territorios bajo el dominio europeo, dando lugar a la destrucción de comunidades indígenas enteras, exterminios, torturas, maltratos, explotación, esquilma y, por supuesto, la ignominiosa esclavitud, que condensa la peor de las injusticias hacia otros seres humanos. Francia, Alemania, Bélgica han dado un paso al frente y han abordado parte de ese funesto pasado reconociendo institucional y públicamente el abuso, brutalidad y escarnio contra las poblaciones bajo su control, dando lugar a ciertos gestos simbólicos o actos materiales de reparación. Al calor de tales hechos, el pasado 19 de diciembre de 2022, el mismo primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, hacía otro tanto, pidiendo perdón “por el papel jugado en el pasado por el Estado [holandés] en el comercio y explotación de seres humanos durante los 250 años de la época colonial holandesa”. Llegó a definir como crimen contra la humanidad las actuaciones en Surinam y las Antillas holandesas, así como en Indonesia, aunque allí el sistema fue otro diferente. A pesar de todo, matizó que “nadie tiene hoy la culpa”… quizás no, habría que indicarle, pero sí la responsabilidad histórica de enmendar una parte del daño causado, pues tampoco fueron extraterrestres los que cometieron dichos abusos, sino otros holandeses. A pesar de este gran gesto, tan solo el 38% de los habitantes de los Países Bajos consideraba necesario pedir este perdón.
También, es verdad que la historia que se enseña allí pasa muy de soslayo sobre esta realidad, aposentándose, sobre todo, en la idea de que la riqueza nacional vino dada en su momento por el comercio, la libertad y la tolerancia, y retratando a la esclavitud como un asunto menor, pero no parte central del enriquecimiento [ilícito] nacional. Por eso, hay ciertos sectores que se han mostrado críticos ante las prisas del gobierno por pedir disculpas.
Para Mercedes Zandwijken, impulsora de la Mesa de Diálogo Keti Koti, integrada por ciudadanos blancos y negros, debería haberse instaurado previamente una mesa nacional para que los holandeses comprendieran la importancia de este gesto. No le falta cierta razón, a las sociedades les cuesta asumir ciertas culpas. Además, Koti advertía que no aposentar bien los mimbres para que los ciudadanos asuman su propio pasado puede contribuir a que la extrema derecha salga beneficiada. Pues nadie quiere sobrellevar el estigma de una culpa colectiva sin la debida concienciación. Bien es cierto que las intenciones de Rutte han venido marcadas por la necesidad de evitar que haya un rechazo mayor y, así mismo, el tener que abordar el tema de las posibles compensaciones económicas, como ya ha hecho Bélgica.
En todo caso, la misma corona holandesa se ha comprometido y el monarca Guillermo ha encargado una investigación para expurgar de las colecciones de la Corona obras coloniales, además de encomendarles saber hasta qué punto la Casa de Orange estuvo implicada en el tráfico de esclavos. Otro gesto importante que se va a hacer será el exhibir en la sede de Naciones Unidas de Nueva York una adaptación de la muestra Esclavitud. La cual fue expuesta en 2021, en el Rijksmuseum de Ámsterdam, con una excelente acogida por parte del público. La verdad, suele decirse, nos hará libres. Pero, en este sentido, la visión que se tiene de ciertos hechos viene trazada por la conveniencia de ocultarlos, de edulcorarlos o maquillarlos, de tal forma que parezcan capítulos menores dentro de un marco general de la grandeza nacional.
La verdad, en realidad, es temible porque acaba siempre por desvelar la crueldad y el sadismo con los que actuamos las personas cuando nos consideramos mejores o superiores a otros colectivos. Porque la esclavitud no solo fue un sistema inhumano sino que vino precedido por una ideología racista que todavía impera. Por lo que no solo se trata de abordar un pasado que por mucho que nos pese ya es una Historia incómoda, sino qué clase de sociedades queremos erigir de cara al futuro. La conciencia no nace de la nada, sino de las semillas del bien y del mal que brotan de la misma tierra.
Y, parafraseando a Todorov, somos nosotros, como Humanidad, responsables de cuál semilla hemos de cuidar mejor.