Por mucho que nos cueste digerirlo, en esta pasadas elecciones, la izquierda abertzale ha dado la campanada, un hecho amargo para muchos. La perspectiva de que Vox pudiera no contar con representación en el parlamento vasco o que Podemos, una fuerza tan significativa, desapareciera no han sido, ni mucho menos, tan destacados. Si bien, es seguro que la trasferencia de votos del partido morado hacia la izquierda abertzale explica una parte del éxito electoral de éste último. De hecho, la realidad electoral se ha mostrado más voluble y caprichosa de lo esperado, dejando en empate técnico al PNV, con sus 27 escaños, y a la izquierda abertzale, con los mismos, las dos grandes familias nacionalistas, a pesar de que muchas encuestas aseguraban a la izquierda abertzale la victoria. Estos resultados nos dejan, por el momento, una situación estable, pues gracias a los votos del PSE, se va a reeditar la coalición que aleja una parte de los fantasmas que se habían generado… Porque ¿qué habría ocurrido si EH Bildu se hubiese convertido en llave del gobierno?

Desde un plano estrictamente político, la anhelada normalidad que se ha apoderado de la sociedad vasca, tras el fin del terrorismo, es un bálsamo que nos debería invitar a reflexionar mejor y más ampliamente sobre este pasado. En un plano ético y social, no hay que obviar que la tragedia del terrorismo afectó de forma terrible a una parte de la sociedad en su día a día, viendo como era todo un reto salir a la calle (lo hacían escoltados a riesgo de perder la vida y muchos lo hicieron, a pesar de eso), y condicionaba al conjunto como sociedad democrática. Y aunque, tras mucho esfuerzo, se ha logrado este cierre de ciclo, ese ayer no puede arrinconarse porque forma parte inexorable de nosotros. Por eso, al comprobar como EH Bildu ha ganado tantas posiciones en los territorios históricos de Guipúzcoa y Álava, una seria alternativa al PNV, sin condenar taxativamente a ETA, ha dado lugar a cierta conmoción y cierto deje de amargor. ¿Tan rápidamente se ha olvidado que la izquierda abertzale era el gran adalid de un proyecto homicida? Si ETA no fue un grupo terrorista, entonces, ¿qué fue? ¿un mero grupo armado?

Como tan acertadamente destaca el catedrático Antonio Rivera (El Correo, 23-4-2024): “El terrorismo [vasco] no fue solo ni principalmente un ejercicio de violencia, sino el despliegue de un objetivo político totalitario”. ¿Qué significa eso? Sencillo, ETA no pretendía únicamente doblegar al Estado de derecho para exigirle la autodeterminación, sino que también al margen y de espaldas a la sociedad vasca pretendía imponer su propia realidad en Euskadi, persiguiendo, coaccionando o asesinando, como bien lo demostró en su larga andadura, a quien no asumiera su visión.

Durante esta campaña electoral, la izquierda abertzale pidió, paradojamente, lo que no hizo nunca con ETA, desarmar a la Ertzaintza. Para algunos grupos antimilitaristas o radicales sería una noticia estupenda, también, por supuesto, para las bandas criminales (por mucho que no haya tantas ni sean tan fuertes como en otros lugares). Siempre han visto y calificado negativamente a la policía autónoma, la consideran no una fuerza de orden y seguridad al servicio del ciudadano, sino un instrumento al servicio del poder. Sin embargo, ellos no dudaron en jalear a ETA cuyos métodos expeditivos, arbitrarios y criminales escapaban a toda lógica y razón. Cierto es que para ciertos sectores lo que implicó la banda terrorista es un eco lejano. No han asumido lo que fue aquel periodo, por no haberlo vivido o porque no les interesa asumirlo de frente. Eran, como señala Rivera, meros espectadores o turistas que pasaban por ahí, pero también es verdad que eso fue debido a cómo el nacionalismo endulzó el mito del conflicto y la izquierda abertzale supo construir su propio entramado de lealtades e identidad, afirmando luchar por el pueblo vasco…. Qué bonito y altruista hasta que esa defensa identitaria se convierte en imposición.

Hoy debemos entender bien que ETA fue más que un grupo armado, que pretendió someter la voluntad plural de los vascos desde la intimidación y que nunca se podrá pasar página del todo a lo sucedido. Las claves del futuro de Euskadi se encuentran en ese ayer. Aun así, una parte significativa del electorado decidió el pasado domingo confiar en la izquierda abertzale dentro de una lógica pragmática al considerar que son una alternativa política aceptable. Muchos jóvenes ven, incluso, a la izquierda abertzale un aura de movimiento joven y renovador, igual a otras fuerzas progresistas.

Yo mismo opino que el cambio político se agradece, que hay que refrescar las instituciones con rostros y políticas nuevas, pero tales apuestas deben venir de la mano de cierta sensatez, partiendo de compromisos éticos coherentes (algo que se le echa a faltar a la izquierda abertzale) y sin confiar en planteamientos exaltados (provengan de donde provengan). Visto lo visto, todo indica que una parte de la sociedad vasca ha decidido mirar hacia delante y me inclino a considerar que lo ha hecho por no saber cómo enfrentarse conscientemente a lo ocurrido. De hacerlo se encontraría con una realidad cruda, áspera y desagradable. Después de todo, ETA no fue un ente abstracto venido de Marte, sino que mató en nuestro nombre y no fuimos capaces de plantarle cara como sociedad cívica hasta bien entrados los años 90. El proceso de compromiso con las víctimas fue nulo al principio, y no nos tomamos en serio la amenaza de la banda (era cosa de otros), hasta el momento en el que optó por la estrategia de la socialización del dolor. Y aunque no fue culpa nuestra, es nuestra historia y nuestra responsabilidad ineludible. Por eso, no puede darse una paz justa sin una autocrítica y sin exigir a la izquierda abertzale una condena de ETA sin eufemismos. En las pasadas elecciones, muchos vascos consideraron que no era importante que lo hiciera, pero sí que lo es, ese ayer obliga a tomar conciencia de lo ocurrido porque el proyecto de ETA arrebató vidas y también pretendió cercenar nuestra libertad.