El ataque de represalia iraní por la acción que Israel protagonizó contra su embajada en Damasco ha sido todo una suerte para Tel Aviv. Pero se observa un doble rasero en todo esto. Los israelíes pueden actuar con impunidad (sin repercusiones efectivas, salvo los reproches puramente políticos) y sus enemigos, llámese Irán, no. Las reglas de confrontación son diferentes, según este criterio. Y aquí el juego de alianzas resulta esencial para comprenderlo. Israel cuenta con el respaldo incondicional de EEUU e importantes países de la UE para garantizar su defensa cuando se ve amenazada, lo que le permite responder fuera de toda norma internacional, recibiendo a cambio inocuas regañinas. Es más, en este nuevo panorama, el gobierno de Netanyahu ha logrado que la opinión pública internacional desvíe la atención de lo que está aconteciendo en Gaza para centrarla en la creciente tensión con Irán. De hecho, apenas tuvo eco la noticia de la muerte de otros once palestinos (casi todos niños) en un campo de refugiados de Al-Maghazi, con drones, el pasado 15 de abril. Y lo que ayer habría sido un atentado contra los derechos humanos y un grave error; hoy, no deja de ser un incidente dentro de un panorama sombrío e incierto donde suenan inquietantes tambores de guerra.
El ministro de Exteriores hebreo, Israel Katz, remitía sendas misivas a 32 países para exhortarles a que impongan sanciones más duras a Irán y que tipifique a la Guardia Revolucionaria de grupo terrorista. Israel reclamaba, así, castigos ejemplares para su principal adversario en la zona, mientras él mismo es incapaz de mirarse al espejo y darse cuenta de que una parte, no toda, de la responsabilidad del punto crítico al que se está llegando es culpa de sus propias decisiones irresponsables. Recientemente, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, afirmaba que nadie le puede decir cómo responder a Irán… demostrando una tozudez y una soberbia que deberían provocar recelo hacia las simpatías que Israel ha despertado ante la amenaza iraní. Pero si Israel puede hacer lo que le dé la gana, también, se excluye de los mecanismos internacionales y es capaz de lo peor (como está haciendo en Gaza).
Aun así, esta reacción israelí no demuestra fuerza y confianza en sí misma como Estado, sino lo contrario, pavor. Israel no deja de comportarse como un pequeño país acomplejado, con unas fuerzas armadas y recursos limitados, y que antepone la violencia a la diplomacia, para garantizar su existencia como si fuese la única manera de proceder. Debería cambiarse este sino. Israel no está sola, cuenta con la ayuda de países de mucho peso, como EEUU, Reino Unido, Francia y Alemania, que le suministra junto a Washington armas, y cuyo apoyo es indiscutible. A pesar de todo, hay que exigir a Tel Aviv unos mínimos humanitarios. Actúa más por orgullo y obcecación que con sentido común y sensatez, muchas veces, ignorando el mismo derecho internacional surgido de la experiencia de la SGM y la Shoah. Por eso, en esta coyuntura desfavorable, la diplomacia europea ha pedido a Israel contención, a cambio de ampliar las sanciones al régimen de los ayatolás. Porque una nueva razia en territorio iraní o en bases de Hezbolá, la milicia afín a Teherán, en Líbano o Siria, sólo podría traer consigo nuevas respuestas… acabando en una espiral de violencia que desafía toda lógica por su carácter feroz y destructivo.
En frío, hay que considerar que la situación que se ha generado ha sido responsabilidad de Israel, en su furibunda intervención en la Franja, y debería pensar en ello, provocando la indignación de los grupos antisionistas. Y de seguir así, este tsunami belicista sólo puede desembocar en más muertes; más destrucción inútil; más odios acerados y exacerbados y una mayor intransigencia. Nada bueno.
En perspectiva, cuando se escriba la historia de la batalla contra Hamás en Gaza se contará de una manera muy diferente a como lo estiman ahora los israelíes. Será una suerte de horrores e inhumanidad provocados e inducidos por ellos, no una respuesta de supervivencia o justicia. Los israelíes quieren ver las cosas como no son, peor aún se creen con el derecho (y no es así) de imponer su implacable justicia contra los que provocaron la atroz matanza el 7 de octubre, y únicamente imponen un injustificable castigo colectivo; un acto de venganza, que ya ha provocado miles de víctimas inocentes.
Israel fue la primera víctima, de acuerdo, y mereció toda nuestra consideración, estima y consuelo; hoy, en cambio, ha convertido su reacción en ensañamiento, en su afán de querer destruir la milicia de Hamás de forma equívoca. Con su proceder, lo único que ha logrado es que se enquisten los ánimos y hacer que el conflicto palestino se alce como la gran causa de los sectores ultramontanos contra el sionismo. Sin duda alguna, el comportamiento de Hamás, Hezbolá e Irán podría tildarse de la actitud típica de niños en el patio de colegio si no fuera por lo que supone, y ahí Israel debería actuar, por ello, como un Estado de derecho. Claro que ya sabemos que Israel vuela solo, aunque ese solo es posible, en la paradoja, por el respaldo inequívoco de EEUU. Actúa como víctima y matón; y ha establecido una filosofía de mano de hierro y del ojo por ojo, que se explica en cómo nació el país, pero no actualmente, cuando lo único que hace es oprimir al pueblo palestino, con las consecuencias tan nefastas que está trayendo consigo (reforzar el fanatismo de Hamás). Quien merecía sanciones antes de los ataques de Irán era Israel. No se le puede tener tanta consideración.
En Estrasburgo ha sido acusado de prácticas genocidas y hasta la misma Administración Biden pidió a su homólogo hebreo que diese un paso atrás en su operación en Gaza y no le ha hecho ningún caso. Es evidente que el problema no es sólo Hamás o Irán, sino en el gobierno israelí. Debe cambiar para que la defensa nacional no se confunda con impunidad e inhumanidad; y para que se abra una puerta a la solución del conflicto palestino, causa primera de la tensión que sacude siempre Oriente Medio.