La situación no puede ser peor, aterradora para los que allí, en Palestina e Israel, están padeciendo esta tormenta de fuego y sin sentido desde que el pasado sábado Hamás decidiera dar luz verde a la mayor ofensiva terrorista del grupo. No sólo eso, las fuerzas de seguridad israelíes y los servicios de inteligencia no sospechaban nada, hasta el momento en el que se inició el desgarrador ataque. En las primeras horas, Hamás lanzó desde Gaza unos 3.000 cohetes contra Israel, provocando de buenas a primeras 250 muertos y cerca de 1.500 heridos. La agresión no quedó ahí, fue más lejos, al convertirse en una operación más técnica, dentro de los límites y posibilidades de Hamás, cuyos objetivos también han incluido el secuestro de cerca de 250 personas como moneda de cambio.
A continuación, la respuesta y reacción israelí no se hizo esperar lanzando un intenso bombardeo en la Franja provocando más de doscientos muertos y otros mil quinientos heridos por parte palestina. La espiral de la violencia continúa desde entonces y, sin duda, estas cifras están quedando tristemente ya muy atrás, incrementándose de forma terrible (se estima que ya han muerto cerca de 1.500 integrantes de Hamás y 900 israelíes). La ofensiva de Hamás vino a coincidir con la conmemoración del 50º aniversario de la guerra del Yom Kippur, acaecida en octubre de 1973. En aquella fatídica fecha una coalición de países árabes atacó Israel, cogiendo desprevenido al país, que celebraba dicha festividad, y provocando un susto espantoso en Tel Aviv. Sólo la rauda reacción del Ejército hebreo (pequeño, pero muy moderno) y la ayuda de EEUU, logró evitar lo peor, aunque la sensación en la sociedad israelí fue la de una amarga derrota, al haber sido totalmente sorprendidos por sus enemigos. Se conjuraron para que eso no sucediera jamás, aunque aquel fue el último gran conflicto contra sus países vecinos.
Esta vez, la sensación no es la misma, pero sí parecida. Nadie creía posible una agresión a esta escala de Hamás, no había ningún indicio. El grupo terrorista palestino se ha esmerado en planear un ataque sin que Israel se percatara de ello. Además de las consabidas salvas iniciales de cohetes, distintos grupos se infiltraron en Israel en las horas siguientes. Unos aprovechando las grietas en la barrera fronteriza (menos guarnecida que de costumbre por la celebración del Sabbat), otros abrieron agujeros en los muros directamente con buldóceres. Lo dicho, no era un plan improvisado. Seguidamente, estos grupos armados se han dedicado a matar y secuestrar a todo potencial rehén a lo largo y ancho de la frontera. Nadie sabe el número exacto con seguridad, el portavoz de las brigadas de Ezedín Al Qasam, brazo armado de Hamás, Abu Obeida señaló que docenas, entre ellos “altos cargos y militares”. Pues, pretende canjearlos por los presos de Hamás que tiene Israel retenidos en sus cárceles (se estima que son unos 4.500). En 2011, se dio el caso de que los israelíes aceptaron liberar a 1.000 presos por la vida de un soldados israelí secuestrado, pero la situación es otra muy distinta. Esta vez, no parece que el Gobierno de Netanyahu vaya a andarse con chiquitas ni a dialogar con nadie. Reclama venganza y la ira que ha desatado Hamás entre los halcones no parece que se vaya amortiguar así como así, sobre todo, porque Israel se ha sentido profundamente humillada.
Los milicianos de Hamás, además, se han introducido en las ciudades israelíes, creando focos de inseguridad y terror. Enseguida, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, lanzaba un mensaje de fuerza: “Ciudadanos de Israel, estamos en guerra. Y la ganaremos”. Como si estuviese refiriéndose a una lucha nueva, y no tan vieja como la existencia del mismo estado israelí, como es el caso. Una guerra que, a la vista está, todos pierden, más los palestinos que son los que, en el balance final de este enfrentamiento, han sacrificado más vidas y tierras. Aunque, desde luego, esta apuesta por la vía armada, lejos de haberles acercado a un plan de paz, sólo ha permitido que Israel salga triunfante. El ultraderechista ministro de Defensa, Yoav Gallant, también lanzaba otra perogrullada: “Hamás ha cometido un grave error y lanzado una guerra contra el Estado de Israel”.
Lo triste es que, de nuevo, se habla de una guerra como si fuese algo lejano, y era algo que ya estaba instalado en la sociedad israelí. Ahora, la agresión de Hamás, sin duda, ha dado lugar a justificar un uso todavía más rotundo de la fuerza bruta (más incluso que antes), como si ese fuese el único lenguaje que entienden los terroristas, aunque sin aclarar que también eso afectará a la indefensa población civil. Israel ya ha movilizado al Ejército de reserva y los temibles y eficaces cazabombarderos israelíes sobrevuelan Gaza buscando objetivos que destruir… Por de pronto, se ha cortado la luz y el agua a la Franja de Gaza, lo que no deja de ser un crimen. Actuar sabiendo que son los civiles, niños, mujeres y ancianos, los que más van a padecer la campaña de terror de Hamás es de una lógica perversa. Gaza ya agonizaba antes de todo esto, porque las condiciones de vida eran pésimas, son 2,3 millones de personas las que viven allí. El 80% sobrevive gracias a la ayuda internacional. Eso implica que sin ella….
Tel Aviv avisaba que será una batalla “contundente y prolongada” cuyo objetivo va a ser restaurar “la seguridad y la paz”, pero nadie habla de buscar un acuerdo con los otros palestinos que disienten de la decisión tomada de Hamás. Ni mucho menos, vista la reacción hebrea, se asegura que se vayan a respetar los derechos humanos ni la Convención de Ginebra con el enemigo. ¿No es una guerra según los líderes israelíes? Pues deberían aplicarse sus reglas a rajatabla, de otro modo, acabaremos hablando de exterminio, por mucha responsabilidad que tenga el grupo terrorista palestino, si Israel no las cumple no es mucho mejor que Hamás, debería saberlo. Netanyahu lo dejaba muy claro: “El enemigo pagará un enorme precio”. Hamás ya lo sabe, y no le importa. Por eso, no hacía falta que lo bramase, por lo que, en realidad, el primer ministro se estaba dirigiendo a la sociedad israelí. ¿Más muertos va a ser la solución, va a aplacar a Hamás o va a ser la respuesta al conflicto? No. Y, además, el problema de tales palabras tan vengativas es que también lo van a pagar aquellos que nada tenían que ver con los terroristas palestinos.
Se sabe que Hamás ha bautizado su operación como Diluvio de Al Aqsa, justifica su campaña de terror como una denuncia contra “los crímenes de la ocupación” y por la desacralización de la Explanada de las Mezquitas, un lugar sagrado para judíos y musulmanes. Desde luego, este no es un modo adecuado de denuncia, pero también, sin justificar ni mucho menos esta violencia desatada, los palestinos se han sentido desamparados ante Israel, solos, sin que nadie velara por sus derechos e identidad, viendo como sus territorios son gestionados por Israel que actúa de forma soberbia y a capricho en ellos. Y al final quien siembra fuegos, como han cocinado los israelíes, recogen tempestades. Su negativa a continuar con el legado de Camp Davis y la política de Isaac Rabin ha llegado a este punto muerto o sangriento. La desesperación es siempre el aliento para los fanáticos, sin duda, que en su ceguera son incapaces de entender que quien va a recibir la mayor parte de la ira israelí será la población palestina de Gaza. Sí.
La magnitud de estos hechos es de tal calibre que han hecho que sus brasas alcancen Cisjordania, donde también han fallecido cuatro palestinos en enfrentamientos con la policía. A esto hay que sumar que en Yasul, un grupo de colonos judíos se tomó la justicia por su mano e hirió a dos palestinos. La situación se ha descontrolado. La llamada de Hamás a que los palestinos israelíes se rebelen y la filtración de sus activistas en Israel sólo ha provocado un mayor paroxismo. Allí nadie sabe quién es quién, no hay modo de distinguir a los palestinos buenos de los malos (si es que alguno se toma la molestia de intentar conocerlos), todos son terroristas, como siempre han sido… No es verdad. El terrorista no nace, se hace. La situación es tan grave ya que se han suspendido las clases tanto en Israel como en Gaza, donde la población ha hecho acopio de comida (como ha podido) sabiendo que el cerco de Israel va a ser con puño de hierro. La reacción internacional ha sido totalmente favorable a Israel, como no podía ser menos, aunque sea en parte responsable de que los acontecimientos se hayan producido de esta manera.
Tanto EEUU, como la UE y la OTAN censuraron la agresión y la ola de violencia desatada por Hamás. Y Joe Biden se ha comprometido a ayudar en todo lo que pueda a su aliado. Lo peor de todo es que la ofensiva palestina ha encontrado el respaldo de otros países o grupos que se encuentran en la lista negra internacional como Hezbolá, la milicia chií libanesa, e Irán, un gran suministrador de ayuda y armamento de Hamás. Los avances que Israel había logrado en su normalización con varios países musulmanes como Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Marruecos, parecía ser una plataforma muy importante para conjurar cualquier peligro futuro de cara a que se pudiera volver a reeditar cualquier otra suerte de alianza antiisraelí. Un acercamiento que, para suerte de Tel Aviv, no ha venido de la mano de tener que hacer ninguna concesión a los palestinos, pero que ahora podría verse con ojos más críticos por ese motivo. Sobre todo, desde que Riad y Tel Aviv han estrechado relaciones y los saudíes, cabeza visible del mundo sunní, parecían dispuestos a reconocer el Estado de Israel. Ello sería, de producirse, un enorme éxito de la diplomacia hebrea, un paso importante para normalizar el contexto de Oriente Medio (dentro de ciertos límites, por supuesto). A lo que se suma, paralelamente, el acercamiento entre Riad y Teherán, cuyo enfrentamiento por la supremacía regional y por la lucha de la hegemonía del Islam podría suavizarse. No hay que olvidar que Teherán es el gran adalid de las milicias de Hezbolá, en el Líbano, y la Yihad Islámica, en los territorios palestinos. Todo este escenario de posibilidades esperanzadoras, intencional o casualmente, ahora se ha visto comprometido. Más, si la reacción de Israel es desmesurada y eso obliga a los países árabes a reactivar su solidaridad con los palestinos.
Entre tanto, los palestinos moderados se han encontrado con el peor escenario posible. El liderazgo de Mahmud Abbas al frente de la Autoridad Nacional Palestina es cuestionado por las nuevas generaciones de palestinos (hace poco, el Bloque islámico, la rama estudiantil de Hamás en Cisjordania, arrasó en los consejos estudiantiles), es un anciano cuyo relevo no llega, y al que no le ha quedado más remedio que apoyar la causa palestina frente a la reacción israelí para que Hamás no acapare todo el protagonismo. Cierto es que la actitud de Hamás ha sido cauta desde el último enfrentamiento, en 2014. Los ataques de la Yihad Islámica, respondidos con dureza por Israel, eran apaciguados por Hamás, dando la sensación de que su apuesta era el pragmatismo; entendiendo que enfrentarse al Ejército israelí sólo traía consigo pérdidas ingentes y ningún avance. En 2017, llegó incluso a asumir la constitución de un Estado palestino aceptando las fronteras establecidas en 1967 (si bien, hace tiempo que Israel las disolvió), a cambio de reconocer Israel. Pero hasta la fecha nada ha cambiado. Los líderes de Hamás han dado un vuelco inesperados en sus posturas a tenor de los acuerdos con Arabia Saudí, temiendo convertirse en una causa olvidada. Así que Hamás ha actuado entendiendo mal la estrategia que debe seguir para que, realmente, Israel se avenga a sus pretensiones. Pues el gobierno de Netanyahu no da la impresión de que le vaya a temblar el pulso a la hora de actuar con extrema dureza y crueldad.
Un hipotético intercambio de rehenes sólo dará pie a que Tel Aviv tenga las manos libres para resarcirse buscando su propia venganza, lo cual sería todavía más triste y amargo. De hecho, Israel no debería tampoco actuar como hasta la fecha, con el matonismo de costumbre, por mucho que le pese, como a todos, la sangre hebrea derramada, de lo contrario, continuará sin remedio lustro tras lustro esta insensata espiral hasta que Palestina se convierta en un gigantesco cementerio.