Los seres humanos nunca nos pondremos del todo de acuerdo. Por eso hay distintas ideologías, creencias y religiones; por eso somos tan distintos y, a la vez, tan iguales en nuestros anhelos de imponer nuestras ideas a los demás; por eso cuando las diferencias son tan enormes provocamos auténticas carnicerías, en vez de detenernos a pensar cómo evitarlas. Ahora mismo, lo que está sucediendo en Gaza es el triunfo de la sinrazón. Unos por los otros. Hamás en su locura, Israel en la suya. Pero las cifras son estremecedoras, 7.300 fallecidos, 400 niños muriendo diariamente por las pésimas condiciones de vida existentes y en aumento… Israel no deja de ensañarse con la Franja y sus habitantes. La razón, afirma, le asiste, porque ha de destruir a la lacra de los terroristas de Hamas. Pero la razón se confunde con la sinrazón, una que se lleva acumulando demasiados años, que se arrastra sin remedio desde hace décadas, porque, al final, quien padece el verdadero drama del conflicto es la infancia.
Según la Oficina de la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de la ONU, entre 2008 y agosto de 2023, 1.434 niños palestinos han muertos víctimas de las fuerzas armadas israelíes; otros 1.679 niños (en un periodo todavía más corto de tiempo, 2019-2022) han sido afectados por alguna clase de mutilación. En esta línea, la ONG Defense for Children International ha recogido como, desde el año 2000, otros 13.000 niños palestinos han sido tratados como si fuesen presuntos terroristas, detenidos, juzgados y encarcelados. De entre ellos, 1.598 fueron atendidos médicamente, lo que implica que padecieron alguna clase de tortura. Estas eran las cifras totales que la relatora especial de la ONU sobre los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados de Palestina, Francesca Albanese, presentaba el pasado 24 de octubre ante la Asamblea General.
El informe Albanese no ha visto como las autoridades israelíes se negaban a colaborar en el mismo. A nivel oficial, Israel nunca comete errores, nunca actúa de forma desproporcionada y, es más, jamás viola los derechos humanos. La realidad, por supuesto, es otra bien distinta. Los niños palestinos padecen una constante violencia estructural que condiciona, en el peor sentido posible, sus vidas de una manera absoluta. Como resultado y con los datos en la mano, la Asamblea General exigía a Israel que detuviese “inmediatamente todas sus prácticas abusivas sobre los niños palestinos”. Sin embargo, lo que está ocurriendo actualmente en la Franja, la más afectada por las operaciones militares, demuestra que Tel Aviv hace oídos sordos, una vez más, a estas exhortaciones. La simplista respuesta de Israel es que cada vez que proceden a llevar a cabo un ataque, lo advierten. Por lógica, los niños se pondrán a salvo, pero no es así, por dos razones. Primero, porque los niños se quedan con sus padres, y estos pueden ser el objetivo israelí, convirtiéndolos en un daño colateral. Pero víctimas al fin y al cabo. Segundo e igual de importante, no hay refugios seguros en Gaza, aunque no es algo que preocupe demasiado a los israelíes.
Del mismo modo, el citado informe incide especialmente en los menores mutilados que tienen que ver con las tácticas brutales israelíes de disparar para herir a los manifestantes en zonas no vitales, pero que provocan un efecto demoledor en los afectados, al apuntar a las rodillas o a los fémures. El número de menores heridos afectados, desde 2008, alcanza la escalofriante cifra de 32.175. Tampoco les tiembla mucho el pulso a las autoridades israelíes a la hora de dar un ejemplar escarmiento a los niños detenidos con un trato cruel y vejatorio. Pues éstos, como cualquier adulto, pueden ser detenidos en cualquier momento, en un control, de camino a la escuela o en sus propios domicilios. Su delito: tirar piedras a los blindados israelíes. La pena es entre 10 o 20 años de cárceles. Como la mayoría de los detenidos (77%) no tienen un acceso a un abogado antes de sus interrogatorios es posible, que confiese lo que sus carceleros quieran. Y sólo los más afortunados son detenidos y aguardan en los territorios palestinos, pues los demás, el 60%, acaban siendo deportados a Israel. Allí sus encierros son duros (se les aísla) y traumáticos, lo que les puede provocar psicopatías o, incluso, riesgo de suicido y autolesiones. A los padres, cómo no, rara vez se les informa y tienen pocas o nulas posibilidades de obtener los permisos, como tutores legales, para acompañarles o ir a Israel para estar con sus hijos.
En resumen, no sólo tales medidas son contrarias a la Convención de los Derechos del Niño, sino que Israel parece que se empeña en prepararles a conciencia para convertir, a muchos de ellos, en futuros activistas de Hamás o la Yihad Islámica. El informe Albanese aborda también la importancia que cobra el subdesarrollo en la Franja, y que trae consigo que la mayoría de los niños que viven allí se hallen bajo el umbral de la pobreza, mal nutridos, lo que incide en su desarrollo tanto físico como psicológico. No digamos su falta de expectativas sociales.
La situación de la escolaridad, tanto en Gaza como en Cisjordania (donde se han demolido escuelas), es otro factor terrible a tener en cuenta. De hecho, no hay suficientes clases para todos los alumnos y casi las dos terceras partes de los colegios de la UNRWA en Gaza funcionan con dobles o triples turnos cada día. Los centros educativos han sido incluso objetivo de ataques israelíes, sufriendo alumnos o profesores el celo de los militares en los controles, confiscando material escolar. O bien han visto cómo se suspendían las clases indefinidamente, cada vez que se ha producido una operación israelí, con el consiguiente retraso educativo. Como no podía ser menos, el informe se posiciona de forma muy crítica contra Hamás o la Yihad por su responsabilidad en la reacción israelí que provoca no sólo daño a los civiles israelíes, sino las condiciones para que la espiral de violencia no cese. Lo que es peor, el contexto ha empeorado de una forma espantosa. Por eso, Israel debe detener inmediatamente este horror.