No podremos dejar de repetir la misma cantinela, por si por una epifanía se logra ayudar de una manera determinante a que la dignidad de la mujer afgana deje de pisotearse de forma tan impune a como lo están llevando a cabo los talibanes. Cierto es que no es en el único lugar donde sucede. En la mayoría de los países árabes o musulmanes la mujer debe pugnar por reivindicarse una y otra vez, rebelándose contra un machismo que, hay que insistir, no tiene nada que ver con el Islam, sino con esa idea anticuada y arcaica que se quiere imponer del mismo. Desde luego, eso ha ocurrido con otras grandes religiones, como la cristiana. Pues, si no fuera por el pertinaz empecinamiento de muchas mujeres heroicas y valientes, el papel que se arroga sería el mismo de siempre en exclusiva, guardiana del hogar, mientras el hombre hace cosas importantes fuera.
Es evidente que el machismo y la misoginia son otras de las grandes lacras del mundo en el que vivimos, lo digo porque afecta a millones de mujeres. En comparación, la pandemia sería como el hermano pequeño de las múltiples injusticias que se han constituido a lo largo del tiempo. Sin embargo, Afganistán nos llamará siempre la atención porque tras haber pasado casi dos décadas contando con reconocidos derechos, después de vivir escondida bajo el yugo del burka, cosificada y desnaturalizada, todo ha vuelto a su punto de partida como si fuera una mala película.
Cierto es que alguna cosa ha cambiado, debido a que el Emirato quiere guardar las formas y sus políticas no son tan desaprensivas, al menos, de cara al exterior, como en el pasado. Se ocultan o no se prodigan en mostrar sus horrores. E, incluso, las mujeres, por mucho que disguste a las autoridades de Kabul, se reivindican exigiendo, a riesgo de sus vidas, no perder la totalidad de sus derechos. De momento, el Gobierno islámico está dando ciertos pasos que poco o nada contribuyen a despejar las dudas que se ciernen sobre la mayoría de las féminas. En breve, reabrirán la Universidad pública. Eso sí, segregada. Aunque, por una parte, se enfrenta a una grave crisis tanto humanitaria como de vacío de profesionales capacitados, su prioridad es la de salvaguardar la decencia.
Pero, ¿qué tiene que ver la decencia con la educación? Pues que los hombres y las mujeres no pueden encontrarse en un mismo espacio cerrado, salvo que sean familia… Sin embargo, eso lleva a valorar qué clase de educación van a recibir estas mujeres, a tenor de que se las estima inferiores, y qué sucederá con aquellas docentes de enorme talento y profesionalidad. ¿Se les permitirá impartir clase a hombres? El mismo género masculino debería darse cuenta de que se está empobreciendo, de este modo, a la sociedad. Antes de la retirada de las fuerzas internacionales, Afganistán contaba con equipos deportivos femeninos, con mujeres ocupando plazas públicas como funcionarias, médicas, profesoras, maestras y así una amplia gama de sectores que las permitían ser independientes y aportar su granito de arena a un país fuertemente golpeado de forma reiterada por conflictos, terrorismo y guerras incesantes. Todo ello era una buena señal y, al mismo tiempo, ha sido un terrible y amargo espejismo. Porque en cuanto EEUU decidió abandonarlo, por segunda vez, a su suerte (la primera vez fue en 1989), las estructuras de este estado afgano embrionarias, aún débiles, se han quebrado. Con ello, este esfuerzo, trabajo y dedicación en el empeño de ir colocando los pilares de una sociedad moderna, se han venido abajo como un gigantesco castillo de naipes. Cuesta todavía mucho digerir el tremendo error cometido por la Casa Blanca, en base a unos compromisos inocuos. Los talibanes se comprometieron a no auspiciar a Al-Qaeda ni al Estado Islámico. Y les fue fácil aceptarlo.
Desde que muriera Bin Laden, los nexos entre los talibanes y Al-Qaeda se habían roto hacía tiempo, porque, aunque ambos se rigen por el mismo rigorismo, sus proyectos son muy diferentes. Los talibanes son una entidad regional, mientras que Al-Qaeda es internacional. En cuanto a su relación con el Estado Islámico, nunca fue tal, de hecho, son enemigos acérrimos porque los yihadistas pretenden constituir un Califato universal y los talibanes reniegan de su liderazgo. Así que a los talibanes no hicieron ninguna concesión. Pero lo que ni Trump ni Biden tomaron en cuenta fue a todos esos afganos que pugnaban por constituir otro Afganistán, uno en el que la mujer tuviera un papel importante, en donde prevaleciera mínimamente la justicia y la libertad, respetando la pluralidad de una sociedad étnicamente diversa.
Claro que la Casa Blanca, a pesar de haberse involucrado en un sinfín de conflictos en Oriente Próximo a lo largo de tantas décadas pasadas, ignora lo básico de estas poblaciones, sus idiosincrasias, sus mentalidades y su singularidad, dando por sentado que llevándoles la democracia y sus virtudes, se sumarán a ellas sin dudarlo. Es más complejo. EEUU y Europa parecen creer, con cierta ingenuidad, que la democracia es un sistema político que siempre ha estado ahí, que prendió en nuestras conciencias y corazones de una forma natural, porque es el más válido y bueno. Pero no es verdad, la Historia precisamente nos advierte de la singularidad de un sistema que costó sangre, lágrimas e infinitos horrores consolidarlo y cuyas debilidades inherentes asoman a cada paso. El asalto al Capitolio, por parte de los simpatizantes de Trump no hace tanto tiempo, o las democracias dirigidas de Rusia, Kazajistán o Polonia, son muy reveladoras a este respecto.
Volviendo a Afganistán, fue toda una perversidad que no se apoyara hasta el final el proceso de consolidación del Estado afgano, dejándolo en la estacada a mitad del camino, y dando lugar a que todos los sacrificios, inversión, avances y progresos que se han podido hacer en estas dos últimas décadas no sirvieran para nada. Así, la total indefensión de la mujer es la más clara, la más abrasadora y cruel de las estampas de un complejo país que ha retornado a la oscuridad.