Empezó en la universidad de Columbia pero se ha ido expandiendo a la mayoría de campus estadounidenses un movimiento de protesta sin igual, inesperado y, en cierto modo, increíble, que demuestra que los jóvenes de hoy en día no viven dormidos… La protesta se inició como un runrún, una muestra de descontento por las políticas de EEUU en apoyo de Netanyahu, reclamando ponerlas fin por lo que estaba sucediendo en Gaza. Porque mientras la Administración Biden le pedía contención inútilmente a su aliado israelí, le enviaba partidas de armas que se empleaban en proseguir con su ofensiva sangrienta sobre la Franja matando a miles de civiles. Todo bien, hasta que esos jóvenes reaccionaron y exigieron algo más que palabras, compromisos, acciones y, sobre todo, que sus universidades no colaboren con los loobbing armamentísticos para proseguir con estas acciones de genocidio. Sin embargo, esta reacción no ha gustado a los sectores conservadores del país. El hecho de que la primera enmienda reconozca la libertad de expresión, de prensa, de reunión, y el derecho de solicitar al gobierno compensación por agravios, no era suficiente muro disuasor. Había que acallar, pese a todo, esa disidencia como fuera y ahí intervinieron las fuerzas de seguridad.

La fuerza, una vez más, como método de control de masas. Pero las protestas de los estudiantes, legítimas, se vieron pronto zarandeadas por la intervención policial, por grupos ultraderechistas provocadores (mientras la policía se cruzaba de brazos, como si aquellos jóvenes fueran los hijos de otros) y despreciados, bajo la falsa acusación de ser un movimiento antisemita… aunque dentro de estas protestas haya también judíos de izquierdas, incluso críticos con la política israelí. A partir de ahí, la situación se le ha ido de las manos a la Administración Biden, atrapada entre sus compromisos con Israel y la violación sistemática que ésta ha llevado a cabo de los derechos humanos. Pero, no, no es un tema de antisemitismo, sino de humanitarismo. Sin embargo, eso no ha impedido aprobar en el Congreso una ley que pugne contra los actos antisemitas (lo cual, como se ha visto, se interpreta de una forma muy subjetiva, porque toda crítica a Israel se considera que lo es, como si sólo pudiera entenderse este país como judío). Sin duda, existe un furibundo antisemitismo en el mundo totalmente detestable e irracional, pero estas protestas no lo son. Reprueban un sistema en el que, paradójicamente, los grupos de presión proisraelíes son tan fuertes que son capaces de interferir en la política interna de los Estados Unidos.

Lobbys como el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC) ha ayudado a diferentes congresistas a sufragar sus costosas campañas, pero no es el único, también están la Mayoría Demócrata de Israel (DMFI) o la todavía más radical Organización Sionista de América (vinculada al Likud). Hay quien olvida que para los estadounidense la Shoah también forma parte de su propia historia. Con ello quiero decir que la mayoría de los americanos son muy conscientes de los horrores que padecieron los judíos, su persecución en Europa y las políticas de exterminio nazis. De ahí que no entiendan que ahora sean los israelíes los que actúen de un modo tan cruel y despreciable; que ciegos y sordos a la destrucción que están provocando en Gaza crean tener la razón, ignorando el dolor y sufrimientos de dos millones de palestinos allí encerrados. No hay duda de que esta explosión social y cívica ha cogido por sorpresa al establishment. El temor a que esta situación se les vaya de la manos ha llevado, incluso, al presidente de la Cámara, Mike Johnson, a amenazar con cortar los suministros federales a las universidades.

¿Es esta la reacción propia de una democracia fuerte y confiada en sí misma?

No, al contrario, es como si se sintiera vulnerable.

La forma de proceder mediante la coacción, la represión y la estigmatización responde más a un sistema autocrático, no liberal. Es más, por si fuera poco, las aguas se han enturbiado porque ciertos grupos opacos han impregnado la situación de maliciosos rumores, sacando a falsos reporteros a la calle para recoger la opinión de supuestos protagonistas de estas protestas que esgrimían proclamas antisemitas o en favor de Hamás. Seguro que habrá muchos que se habrán creído estos montajes, que pensarán que los estudiantes son un puñados de jóvenes extremistas que hay que encarcelar como sea (ya hay más de 2.300 detenidos de 45 facultades repartidas por todo el país), pero ¡no!, son estadounidenses concienciados. De hecho, para Trump no dejan de ser sino “lunáticos furiosos” que la policía debe doblegar… lo dice el mismo lunático furioso que en sus discursos llenos de ira anunciaba venganza contra aquellos que le hicieron perder las elecciones a la presidencia en el año  2020…

Por fortuna, los estudiantes han sabido mantener la sangre fría ante tanta provocación y brutalidad de las autoridades, y persisten en hacer valer su presión social, no cesando en sus protestas, a pesar de que pende sobre ellos la amenaza de la expulsión. Ahora bien, como en mayo del 68, ante la falta de una alternativa progresista en el país, todo parece apuntar a que estos sucesos únicamente están debilitando a Biden (en su timorata defensa de la libertad de expresión e incapaz de actuar de forma firme contra Israel), de cara a su reelección, al perder la base juvenil que  ha apoyado de forma amplia a los demócratas (y que les dio la victoria frente a Trump), y beneficia a los republicanos.

De nuevo, la sociedad americana está llena de paradojas. Por un lado, los jóvenes demuestran que son conscientes de la realidad en la que viven y exigen cambios, y están dejando en entredicho el funcionamiento de la viciada democracia estadounidense que les pretende arrebatar la conciencia de pensar y actuar por sí mismos. Por otro, en este sistema bipartidista casi cerrado, en donde tanto republicanos como demócratas beben del mismo tarro de la miel, es difícil considerar que algo de calado vaya a cambiar. Ojalá suceda, pero no parece probable.