Una nueva tragedia más sacude el conflicto palestino-israelí. Esta vez, nos encontramos con una reacción impropia de un Estado de derecho, que ha actuado de una forma violenta, salvaje y cruel para acallar la voz reivindicativa pacífica de los palestinos. Lo único que se logra con eso es inflamar más los ánimos y, sobre todo, posibilitar una nueva ola de enfrentamientos que bien podían haberse evitado con un poco de entendimiento. Con objeto de reclamar el derecho de retorno de todos los palestinos, estos han organizado una serie de actos de protesta durante 45 días, hasta el 15 de mayo, día que conmemoran la Nakba, la tragedia, el momento en el que se creó el Estado de Israel, en 1948, y en el que los palestinos se convirtieron en seres sin patria.

El primero de tales actos se llevó a cabo el pasado viernes, día 31 de marzo, en la frontera de la Franja de Gaza, donde se concentraron cívicamente 20.000 palestinos. Sin embargo, la reacción de las fuerzas de seguridad de Israel, considerándola una amenaza, y autorizados a disparar, llegado el caso, fue desproporcionada, dejaron un reguero de muertos, 17, y más de un millar de heridos. Inmediatamente, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, pedía, con razón, la intervención urgente de la ONU. No obstante, aunque la suerte de los palestinos provoca una gran solidaridad internacional, tristemente, no se impulsan soluciones.

La política israelí siempre se ha caracterizado por una fina inteligencia, vive de los éxitos logrados del pasado (utiliza el ardid del victimismo por el Holocausto, aunque eso no justifique sus actuales políticas) y sus estrechas relaciones con EEUU. Pero cuando ese crédito se agota, activa un discurso belicista de falsa amenaza a su seguridad que ha amparado todas sus razias, operaciones de castigo y venganzas, pasándose por el forro el derecho internacional y los derechos humanos de los palestinos. Los efectos del terrorismo, tan demoledores, bien es verdad, han servido de excusa perfecta para mantener en un estado total de sumisión y sometimiento, sean palestinos pacíficos o violentos. Y los procesos de paz y acuerdos que se han dado a lo largo de todas estas décadas precedentes solo han perpetuado esa situación de indefensión, sin reconocer el derecho de los palestinos a tener su propio Estado. La ONU ha sido un organismo incapaz de dar una solución, de plantear una estrategia a corto y largo plazo que lleve a cambiar el signo funesto de este conflicto que solo ha beneficiado a Israel, en sus políticas de mano de hierro. Sin embargo, cuando los palestinos han intentado utilizar otras vías alternativas al enfrentamiento, Israel siempre ha reaccionado del mismo modo visceral. A la vista está, cuando ha asesinado de forma bárbara a civiles desarmados solo para impedir que unos manifestantes alcanzasen la misma frontera que los israelíes se niegan en reconocer.

Las advertencias para que los palestinos no se acercaran a los límites impuestos por la ley marcial no es suficiente para justificar tal acto inmoral e inhumano porque no representaban ninguna amenaza física, solo era un gesto simbólico de protesta. Ni eso les dejan. Esta vez, Israel ha ido demasiado lejos y los organismos internacionales deberían reaccionar, no solo aprobando una condena taxativa hacia el Estado hebreo, sino adoptando medidas. En cualquier otro estado de la UE, una matanza de estas características habría soliviantado enseguida a la opinión pública, pero Israel es inmune a esto (ha dejado claro que no piensa investigar la tragedia) y, por supuesto, a la condena exterior. Debemos señalar una obviedad, los palestinos son seres humanos. Puede que les separe un abismo social y cultural. Pero es inadmisible que un gobierno pueda proceder de este modo salvo que estemos hablando de uno despótico y autocrático. Y si es así, Israel no puede despertar ninguna simpatía.

Mientras que Tel Aviv cuenta con un valedor como es el presidente Trump, que solo refuerza las posturas más intransigentes, trasladando la embajada norteamericana a Jerusalén, los palestinos vuelven a aguardar a que se les defienda. En el marco general de este conflicto, 17 muertos más o menos, no son ya nada. Son más nombres a añadir a una infausta lista de personas que ahondan más la desgracia del pueblo palestino, pero que se agrava ante la intolerancia total de Israel. No solo su suerte ha sido esquiva en la Historia, sino que ahora, cuando hay posibilidades de que se pueda tratar el problema, con una Israel que ya no es amenazada directamente por otros países árabes y musulmanes, y unas acciones terroristas (e Intifadas) que parecen haberse calmado, lo único que impera es la política de los halcones israelíes cuyo objetivo es construir el Gran Israel sin importarle el destino de los palestinos, silenciando su voz para siempre. Desde luego, de seguir así, no estarán muy lejos de lograrlo.

Sin ir más lejos, hoy por hoy, Gaza es una islita con unas condiciones de vida muy deterioradas, con altos índices de miseria y de paro, mientras que Cisjordania es un territorio fragmentado por muros, colonias y zonas de control israelíes, sin ninguna homogeneidad. No descubro ni develo nada nuevo que no sepamos. Israel actúa, como señalaba el escritor israelí Ian Pappé, como un Estado imperialista, y no como una democracia, por lo que estas tácticas dilatorias, expansionistas y represivas, le resultan muy eficaces. Así mismo, su prejuicio y el rechazo hacia los palestinos es de tal calibre que hasta cuando Hamás se ha comprometido a llevar a cabo protestas cívicas, como ha sido el caso, Israel actúa de una manera desmesurada, como si la desconfianza fuera la única razón que necesitaran para validar sus argumentos violentos. De nuevo, lo que siga a esta tragedia, será de la total responsabilidad de Israel, los muertos que puedan darse en uno y otro lado, seres humanos que tienen el mismo derecho a vivir y a hacerlo con dignidad, independientemente de su religión, su ascendencia, raza o condición…