La aparición en el Fórum Ucrania del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, en la conmemoración del inicio del tercer año de guerra, era la estampa de un hombre visiblemente fatigado. Dos años de intenso conflicto padeciendo una inmensa presión psicológica pasan factura a cualquiera. Hay que reconocerle su abnegación y entrega. Tal vez, de haber sabido cuál era el papel que le tenía reservado el destino, jamás hubiese dado el paso para convertirse en presidente. Sin embargo, es admirable cómo ha sabido dar la cara valientemente a lo largo de estos más de veinticuatro largos meses, que se dice pronto, viendo como una avalancha de fuego y acero se cernía sobre su país. Nada le podía haber preparado para algo así. Se ha presentado como una persona honesta y firme, a pesar de su físico de actor de telecomedia (nunca mejor dicho), rogando y reclamando ayuda exterior sin descanso (llevando a cabo toda una ronda de viajes por Europa) para hacer frente al coloso ruso y salvar la independencia del país.
En esta conferencia de prensa advirtió de que se abría un periodo de dura resiliencia, obviando, por omisión, que entre sus planes no se encontraba ni reclamar un armisticio ni abrir una vía para allanar el camino de la paz… lástima. Zelenski ofreció unas cifras que no convencieron, pero fueron las siguientes: 31.000 fallecidos. No indicó cuántos heridos, pero posiblemente podría rondar más de 90.000, y no sería descabellada. Nadie quiere decir toda la verdad por mor a la desmoralización, pues todavía se presenta una guerra larga e intensa. En lo positivo, según las fuentes ucranianas, su ejército ha provocado 500.000 bajas a su adversario, 180.000 de ellos muertos.
Ahora bien, las estimaciones de EEUU se alejan mucho de tales números, incrementados de forma significativa serían 70.000 ucranianos fallecidos (y120.000 heridos) frente a 120.000 rusos (y 180.000 heridos). Más acertadas o no, lo que sí sabemos es que los rusos han sangrado más, pero también se lo pueden permitir, debido a que la diferencia numérica es gigantesca, 500.000 soldados ucranianos frente a 1,3 millones de rusos. No obstante, hay que tener en cuenta otro dato muy significativo, las bajas civiles sufridas por uno y otro bando. Se estiman en 10.582 muertos y 20.000 heridos, en su inmensa mayoría son ucranianas, triste, pero cierto, víctimas de los bombardeos indiscriminados rusos a las grandes urbes.
El líder ucraniano no se escondió y fue franco al reconocer que la contraofensiva había fracasado y que también padecían un grave problema de suministros de munición y reemplazos. Su previsión a corto plazo no es optimista, toca resistir. Para Zelenski, de todas formas, siempre lo ha dicho, la clave del desenlace de la contienda reside en la cantidad de armas que le pueda suministrar occidente, pero también valoraba otro factor determinante, las elecciones presidenciales de los EEUU. Si ganase Trump, estaría bien claro que perdería a uno de sus principales aliados y se vería interpelado a desistir a llegar hasta el final. Los republicanos, de hecho, están frenando las ayudas a Ucrania. Con una Administración republicana sería todavía más nefasto para Kiev.
Aun así, el planteamiento que ofrecía Zelenski era muy obcecado, negándose a reconocer la posibilidad de que pudiera darse una derrota. De esta forma afirmó: “No tenemos otra alternativa que ganar. No hay forma de perder. Y si somos fuertes en armas, venceremos”. Pero no se daba cuenta de que sus palabras reflejaban una retórica desesperada y aferrada a un clavo ardiendo. Si son fuertes vencerán, pero ¿y si no lo son? Aunque Rusia haya perdido más hombres y armamento es muy capaz de reemplazarlos, sin importarle el alto precio material y el coste en vidas, porque su gobierno se halla encabezado por un autócrata ególatra y vanidoso. En cambio, Ucrania no debería seguir su misma senda. Para obligar a Putin a renunciar a sus pretensiones deberá infringirle un daño desmesurado o quebrar la voluntad de lucha de sus tropas. Pero la incapacidad del Ejército ucraniano de liberar buena parte de las zonas ocupadas a lo largo de la primavera y verano de 2023 implica que salvo que Rusia entre en una grave crisis institucional y/o económica, el precio para recuperar tales territorios podría ser ingente.
Zelenski razonaba de manera muy equívoca al parapetarse tras un patriotismo trasnochado, vencer o vencer, aunque señaló que no tienen otra alternativa y reforzaba dicha premisa indicando a continuación que no hay manera de perder, pero la hay. Y está claro que en una contienda de esta naturaleza no hay tablas, por los objetivos tan distintos que se han marcado ambos contendientes . Las condiciones de Rusia para alcanzar el final de las hostilidades son: el reconocimiento de los territorios anexionados desde Crimea hasta el Donbás y que Kiev no pueda formar parte de la OTAN y UE. Lo que, sobre el papel, lo deja como un país neutral entre Rusia y Europa pero, en realidad, se quedaría a merced de las intromisiones rusas, como ha hecho Moscú desde el fin de la URSS. Zelenski y los demócratas ucranianos lo verían como una derrota sin paliativos. Pero la posibilidad de que Rusia renuncie a sus pretensiones y Ucrania reafirme su independencia pasa por una victoria de Kiev. Y ésta sólo puede venir dada con el fin de Putin. Actualmente, eso es casi imposible.
El Ejército ucraniano, tal y como reconocía Zelenski, se halla a la defensiva. Sólo con un incremento considerable del envío de armas su ejército podría, tal vez, revertir esta situación. ¿A qué coste? Sería sensato pensarlo. Cierto es que para la UE es crucial apoyar a Ucrania. Se ha convertido en el muro de contención frente al expansionismo ruso. Pero una hipotética victoria del Kremlin podría también ser engañosa, tras haber tenido que pagar por la absorción de los territorios ucranianos un precio económico y humano astronómico, al verse limitada su amenaza. En todo caso, Zelenski haría bien en plantear una alternativa antes de llevar a Ucrania al borde del abismo.
Vencer o morir es una estrategia suicida.