En Alemania, motor económico de Europa, todavía hay heridas que no se han cicatrizado del todo. Así, la polémica ha surgido en torno a la negativa de Gregor Gysi, jefe del grupo parlamentario del partido La Izquierda (Die Linke), de utilizar el concepto Unrechtsstaat (Estado injusto) a la hora de valorar el periodo de la República Democrática Alemana. Se niega a hacerlo porque considera que eso daría pie a considerar que la RFA, creada por las potencias occidentales tras la Segunda Guerra Mundial, es más legítima que aquella, aún cuando surgió en este contexto. Aún así, reconocía las injusticias que se procedieron a llevar a cabo en la antigua RDA, como bien se reflejaba en el filme La vida de los otros (2006), de Florian Henckel von Donnersmarck, o en Bárbara (2012), de Christian Petzold. Así que varias voces críticas se han levantado para contestarle aduciendo que la RDA no fue el Tercer Reich pero que ni mucho menos era un Estado en el que se recogieran las garantías propias de un marco de justicia.

Las declaraciones han entrado fuerte en la escena política por dos motivos. Uno es que en Turingia se encuentran en plena negociación, para conformar un gobierno de coalición, los integrantes del Die Linke (poscomunistas), socialdemócratas y los verdes, lo cual puede hacer que estas fracasen. De lo contrario, sería la primera vez que un partido heredero de aquel tiempo pase a encabezar el ejecutivo en un Gobierno regional. El otro es la celebración, el pasado viernes, 3 de octubre, del 24 aniversario de la reunificación. Política e historia, dos elementos que se mezclan de una forma a veces menos armónica de lo que parece.

El Die Linke tendrá que salir al paso para desmarcarse profundamente de las declaraciones de Gysi para no molestar a sus posibles socios de gobierno. Sin embargo, es curioso como una sola frase, una declaración, puede alterar la conciencia de esta forma. Es el problema que suelen tener las interpretaciones. Pues Gysi parecía hacer referencia más al origen de la RDA que al periodo histórico que lo comprendió, plagado de recuerdos terribles para todos aquellos que vivieron bajo el yugo de la Stasi, la policía política del régimen, y que tuvieron que sufrir persecución y exilio. Sin embargo, hemos de admitir que tampoco se debe simplificar el pasado. Y todavía habrán de pasar muchas generaciones hasta que, por fin, se hayan podido superar e interiorizar convenientemente estos acontecimientos. Y, aún así, siempre surgen algunas voces apologéticas de tanto en tanto que pretenden transfigurar la Historia, confundiéndola con un falso imaginario. No obstante, hay que vivir con la Historia a cuestas. No es sencillo para los alemanes que han de hacerlo por partida doble.

Por un lado, el nazismo, aquel periodo infausto en el que se provocó la muerte de cerca de sesenta millones de seres humanos, con episodios tan tremendos y espeluznantes como fueran el Holocausto, la eutanasia o los experimentos médicos. Pero el periodo siguiente fue también negativo para una parte de la sociedad alemana. No le falta razón al líder comunista al afirmar que la división de Alemania nació en un marco especial, de hecho, Giles MacDonogh, en Después del Reich, indica que los responsables de la división final del país fue propiciada por los aliados, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Stalin no parecía tener intenciones de constituir un Estado para evitar una nueva amenaza pero, finalmente, optó por crearlo al entender que los aliados no estaban abiertos al diálogo. Por eso, y como gesto de rabia, ordenó el bloque de Berlín (1948), configurando así el mundo de bloques y el arranque de una Guerra Fría que iba a traer consecuencias nefastas para el planeta. Juzgar un hecho en sí mismo es difícil a tenor de que la constitución de la RDA vino dada por esta serie de factores aunque luego, cierto es, nada disculpa el modo en que se impuso un gobierno en el que no se respetaron los derechos humanos ni las libertades individuales. La RDA se convirtió en otra clase de estado totalitario. Y Stasi fue un instrumento aún más controlador y eficaz que la propia y temible Gestapo, constituyendo un archivo ingente con las fichas de miles de alemanes.

Pero, obviamente, la división de Alemania derivó en la apertura de una brecha importante entre ambos territorios. La RFA volvió a florecer mientras que la RDA, aunque durante muchos años se pensó que era la joya del sistema comunista, fue cayendo en una profunda y lenta agonía. La reunificación, mal planteada, fue un proceso difícil, con sus firmes detractores, porque la distancia existente entre la Alemania Occidental y Oriental, al haberse constituido como dos Estados, se había convertido en un abismo que no podía cerrarse solo apelando a las viejas nostalgias de la unidad perdida. Los alemanes de la antigua RDA se convirtieron, en muchos casos, en ciudadanos de segunda y la factura que tuvieron que pagar los alemanes de la RFA fue ingente, creando malestar. Pero no todo vino dado por una cuestión económica sino que la conciencia que se había ido constituyendo en estas décadas de separación en las dos Alemanias era muy distinta. Para algunos es difícil aceptar ese pasado, han de recordar algo bueno de la era comunista, no pueden creer que solo fue una hoja negra, como huérfanos sin una patria en la que reconocerse. Pero todo imaginario tiene su contraindicación y hemos de ser justos. Se cumple, a su vez, el XXV aniversario de la caída del muro de Berlín, el fin de una época, el recordatorio, por lo tanto, de un país que fue fracturado por la mitad tras Hitler y el comunismo. Los años de separación forjaron, insisto, en muchos alemanes del este una nueva identidad personal, y al fracasar el modelo comunista se sintieron sin referentes, aunque tampoco les gustase la política que se había seguido.

La Historia juzga negativamente este periodo, sin embargo, no es óbice para reconocer que si la RDA perduró fue porque muchos alemanes creyeron en ella.